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Barranca Abajo

"Sin rumbo", crece la "sensación del desmoronamiento".

Jorge Asis - 1 de agosto 2008

Cartas al Tío Plinio

Barranca AbajoTío Plinio querido,

«¿Se caen?». «Ya no los aguanto más». «Aparece cualquiera de los dos y cambio de canal».
¿Cómo pudieron venirse tan «Barranca abajo»?
«¿A usted, Asís, le parece que llegan hasta fin de año?».
«Ellos mismos se dinamitan el gobierno. Quieren irse».
«No pueden tener razonamientos lógicos. Son ilógicos».
«¿Cómo no van a creer que Cobos los traicionó? Si creen que Lula, también, los traicionó».

Reflexiones equiparables se escuchan en todas partes. Entre los piqueteros de la abundancia. En el medio, donde cada vez persiste mayor reticencia. Abajo, en cambio, aún se los aguanta. Hasta por ahí nomás. Reflejos del apoyo insuficientemente tradicional.
Acuérdese del ministro, el del abdomen solemnemente respetable. De cuando produjo aquel hallazgo retórico. «La sensación de inseguridad». Lo dijo para atenuar, conceptualmente, el efecto nocivo de la abrumadora inseguridad. Que sofoca, aún, la provincia de Buenos Aires.
Para atenuar los efectos nocivos de la abrumadora preocupación por la «Barranca abajo», puede afirmarse que existe una colectiva «sensación de derrumbe».
Se siente el aroma anticipado del epílogo. Tiene más que ver, tío Plinio querido, con el expresionismo de la voluntad, que con las certezas del análisis político.
Pero ningún análisis puede prescindir de la magnitud del expresionismo que flota, infortunadamente, en la atmósfera.

Vaticinios

«Se estrellan solos». «No pasan de octubre». «Hay que preparar un Plan de Lluvia».
«El sinceramiento económico va a provocar un millón de pobres nuevos».

Estremecedoramente negativos, los vaticinios debe escucharlos, también allá. Entre las montañas.
Los menos desesperanzados son los más optimistas. Calculan que la prueba de fuego vendrá con las elecciones del 2009.

El desmembramiento moral sucede al descascaramiento gestionario.
El federalismo se somete a la ley arbitraria de la relatividad.
Los gobernadores amigos reciben aquello que les pertenece. Hasta que alcance. Es el beneficio exclusivo de asumirse como pragmáticos Delegados Presidenciales. Disciplinados Regentes que aplauden, que abrazan en las convocatorias intelectualmente agotadas. Celebran, con irreconocido heroísmo, los desatinados excesos que genera el poder central.
Los gobernadores que confrontan, por ser meramente críticos, no pueden esperar el atributo elemental de la piedad. Deben ponerse, los condenados, la provincia de sombrero.

Conspiración sin conspiradores

Chocaron, tío Plinio querido, la calesita. Se estamparon el helado en la frente. Huelen a calas.
Serrucharon la rama de la que cuelgan. No pueden sorprenderse entonces por la magnitud de la caída.
Hace falta, acaso, un Florencio Sánchez que reescriba otro «Barranca Abajo».
Un Eugenio Cambaceres que se atreva a describir el nuevo «Sin rumbo».

«No le encuentro explicación racional», afirma, en vivo, un consagrado comunicador.
El Chiche Gelblung golpea la puerta equivocada del raciocinio.

Lo más grave del cuadro, tío Plinio querido, es que nadie tiene la menor intención de voltearlos. Se apasionan por voltearse solos.
Los periodistas deportivos de la historia no registran antecedentes de conspiraciones carentes de conspiradores.
Ni Duhalde ni Clarín, los primeros polos denunciados, por encargo.
Tampoco El Cardenal, que suplanta el emblema, espiritualmente superado, de El General.
Ni Techint, ni siquiera Cobos. Infinitamente menos Macri. Ni Carrió.
Nadie contiene las menores intenciones de producir ningún salto al vacío.
Explicaciones racionales, hasta aquí, abstenerse.

La impotencia del desconcierto, el que hubiera inspirado a Cambaceres, produce actos elementales de desesperación. Como el objetivo de aislarlo, sin ir más lejos, a Cobos.
Entonces crece Cobos en el imaginario de los referentes. Porque, en el dilatado conflicto agropecuario, Cobos simplemente se les resistió. Se contagió del deseo de la sociedad. Les dio la espalda.
Para acabar con Cobos insisten con la medicina que les originó la enfermedad. Con la estrategia de la improvisación. Profundizar el fracaso de la Concertación Plural.
Es el artificio, el rejunte al revoleo. Permitió instrumentar la colonización transitoria de los Radicales Kash.

No negativo

Ni siquiera se preguntan, por ejemplo, qué hubiera sido de su suerte, y de la Argentina, si, durante aquella madrugada, el voto de Cobos hubiera sido «no negativo».
Que Cobos se pronunciara a favor de la «Barranca abajo». El que impulsaba el «Sin rumbo», del Poder Ejecutivo que Cobos, por la ley vicepresidencial del rejunte, integraba (la conjugación, en pretérito, aquí no es un error. Es parte del análisis).
De haber sido, el voto de Cobos, «no negativo». De haber triunfado el gobierno, pirricamente, gracias a la adhesión de Ramón Saadi, aún retumbaría en los tímpanos, hasta en las montañas, el estruendo de las cacerolas.

Final con Talleyrand

La más lesiva de las interpretaciones oficiales alude a la persistencia de la traición.
Ante el acoso del fundamentalismo, al menos para salir culturalmente del paso, Cobos podría parafrasear a Charles Maurice de Talleyrand, «el mago de la diplomacia napoleónica».
Sentenció cínicamente Talleyrand:
«Cada vez que traicioné, fue para beneficio de Francia».
Perfectamente, en el caso -discutible- que fuera una traición, Cobos podría decir que traicionó, pero para beneficio de la Argentina.

Habrá que convivir, tío Plinio querido, con la densidad filosófica de la falta de credibilidad. Con el desborde permanente de los desconcertados. Los «Sin rumbo» de Cambaceres, que aceleran la Barranca Abajo de Florencio Sánchez. Resentidos ante la espalda de la sociedad.
Por falta de pago, perdieron el crédito interno en el banco de la fe.
Como si el gobierno entero fuera, tío Plinio querido, un generalizado INDEC.

Conste que INDEC rima, tío Plinio querido, con Malbec. Debe beberlo pero con moderación. E INDEC y Malbec riman también con Balbeck. En esta carta tan inocentemente literaria, dígale a tía Edelma que Balbeck es la estación balnearia de la Normandía, donde Proust se retiraba, en el verano, a escribir. Balbeck estuvo inspirada en Cabourg, que merece otra carta. Para leer, y escribir, con una copa de Malbec.

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