Estrategia de la improvisación
Kirchner, en la plenitud del amateurismo.
Artículos Nacionales
escribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial para JorgeAsísDigital
El «duro en el difícil arte de arrugar», otra vez arrugó.
Con la decisión, inteligentemente tardía, de trasladar el escenario del conflicto, hacia el desorden del parlamento, afectado por el virus de la inactividad.
Justamente era lo que solicitaban, como táctica oral, los desconcertados miembros de la Comisión de Enlace. Los que fueron enlazados, de pronto, por la inesperada jugada de Kirchner.
Kirchner aprovechó la propuesta del vicepresidente Cobos. Para quedársela, hacerla propia.
En cierto modo, Cobos lo salva a Kirchner, sólo para salir del paso. Suficiente.
Sin embargo, al asumir su visible utilidad, al convocar por su cuenta a los gobernadores, Cobos, que aportó la solución, se transforma en otro problema emergente. Lo fragiliza. A Kirchner.
Entre tanto ninguneo discriminatorio, lo que queda claro es que Cobos, institucionalmente, demuestra que no es ningún Scioli.
Para escaparse, transitoriamente, del laberinto de las retenciones, Kirchner expropia la idea de Cobos y adopta, otra vez, en su amateurismo gestionario, la estrategia de la improvisación.
Tuvo suerte momentánea. Salió del encierro. Pudo simular, inclusive, la gran concesión. Maquillar la derrota, para ser exactos.
El golpe de efecto le permitió la alucinación de suponer que sigue, aún, entero. En la ficción interminable de la pelea absurda que, aunque a la larga la gane, ya resultó definitivamente letal. Para el gobierno desperdiciado de La Elegida.
Entonces el traslado, desde el Ejecutivo hacia el Legislativo, produjo el desplazamiento del foco principal. Para distribuirlo, en adelante, en el efecto irreparable de una multiplicidad de focos. Que iluminan otros escenarios, mientras degradan la problemática. Hasta, en fin, banalizarla. Para diluir el conflicto, en la comedia interminable.
Una suerte que la Argentina, entre tanto amateurismo dirigencial, no contenga problemas estructuralmente reales. Sin ir más lejos, cuestiones secesionistas, como las de Bolivia. Y que carezca de desafíos domésticamente armados, como los de Colombia o de España.
Aquí se asiste, por lo tanto, por nimiedades básicas, a la libanización conceptual de un país desorientado. Sostenido, apenas, por el raciocinio de su sociedad.
Carpas de Marrone
Mientras tanto, debe padecerse el extendido festival del epílogo improbable.
La feria colectivamente bulliciosa. Que admite la factible mediatización de las siete carpas de Marrone. Confrontación jocosa de Toros gigantes, con Pingüinos y Huevos móviles. Dicharacheros en directo de cinco canales simultáneos.
Con severas proclamas, en la otra carpa de Marrone superior. La de piedra. Por ejemplo de la moderada señora Hebe de Bonafini. O con las alocuciones densas de Aldo Ferrer. Es decir, el conflicto se diluye con los aportes de los actores especialmente invitados. Con la locuacidad de los extras vocacionales que suelen incorporarse de prepo. Hasta facilitar el propósito involuntario del estiramiento. Y producir el vacío del cansancio programado. Hasta traspasar la frontera del hartazgo, con el ropaje circense de la complejidad.
Malentendido
Entre los kirchneristas movilizados, sobre todo entre quienes suponen participar de un proceso casi revolucionario, prospera, a pesar de todo, el capricho de la esperanza.
La ilusión consiste en imaginar que Kirchner, al final, «a los del campo», los va a dar vuelta. Como a una media. Que los va a vencer.
En definitiva, aguardan que Kirchner se salga, otra vez, con la suya. Aunque nunca los ponga de rodillas.
Aquí se registra un malentendido teórico, a pesar que se trate de la precariedad de un gobierno que nada tiene que ver con las teorías.
Merced a la mansedumbre de la sociedad que necesitaba ser gobernada, hasta aquí Kirchner creció, políticamente, a partir de la asunción metodológica del conflicto.
Al respecto, el director del Portal supo definirlo como un «maltratador de corporaciones culposas». Es decir, Kirchner, para Asís, se imponía sobre las corporaciones que no le ofrecían, por acumulación de culpas, ninguna resistencia seria.
Debe recurrirse al auxilio del pensador positivista Alasino, de la escuela filosófica de Entre Ríos. Dijo: «Kirchner es un valiente cazador de leones, previamente encerrados en jaulas del zoológico».
El conflicto del campo demuestra que, en su amateurismo, Kirchner no se encuentra en condiciones de conducir un conflicto con fuerzas que le presenten resistencias desafiantes.
Entonces se complica. Arruga, pero lo sabe ocultar. Juego detectado.
Los jugados
Algunos kirchneristas aceptan, confidencialmente, aunque estén jugados, que Kirchner es el principal obstáculo para encontrar la solución.
Porque ya atravesó, inquietantemente, los bordes del sentido común. Sin placidez, se encuentra instalado afuera de la realidad. En el territorio incierto adonde arrastra a sus huestes. Y lo peor, al gobierno derramado de La Elegida.
Perfecto, pero, como nos señala un amigo jugado en la estrategia de la improvisación:
«¿Y si al Flaco se le da?».
La duda, exactamente, los contiene, a los kirchneristas leales, nada insensatos. Como a los rehenes también jugados, que dependen de la caja del humor. Aferrados, resignadamente, a la suerte de una conducción que consideran, por lo bajo, algo más que cuestionable. Equivocada.
«Pero aún no llegó el tiempo de la traición», se sinceró, según nuestras fuentes, algún gobernador, en un almuerzo, con un consultor que suele bajarle línea.
Un jerarca provincial que padece las zozobras del presente, mientras convive con el peor tormento. El de haber hipotecado el futuro.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsísDigital
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