Reutemanía y Sciolidependencia
MODELOS DE GIORDANO (IV): Mientras depende de Scioli, Kirchner construye la alternativa de Reutemann.
Cartas al Tío Plinio
Tío Plinio querido,
«Kirchner es un duro en el difícil arte de arrugar».
Palabra del Portal. Calificación consagratoriamente extendida.
Pero de pronto, por primera vez, con firmeza, Kirchner nos desmiente la impuesta teoría. Porque con Reutemann, arrugó, con una mansedumbre sorprendentemente extraordinaria.
Para entregarlo, en parte de pago, al pobrecito. Al Barba Rossi. Antes que le pidieran el menor gesto de ternura.
Fue un acto hidalgo, de sabiduría política.
Conciente que, con el Barba Rossi, no podía hacerle fuerza, a Reutemann, ni en el baño, Kirchner lo instruyó al instrumental Chueco Mazzón. Para que Mazzón transformara inútilmente la derrota en un empate. Y tramitara, antes que fuera demasiado tarde, una lista de unidad. Espléndida manera de evitar la goleada que la reutemanía, en inesperada renovación, le reservaba. En la ebullición sojera de Santa Fe. La provincia enteramente situada al costado de las rutas.
«Se aprovecharon de mi lealtad», nos cuentan que se lamenta Rossi. Entre pucheritos. Aunque ostensiblemente aliviado. La cataplasma de la unidad pudo evitarle otra estupenda caída.
Separación analítica
El explícito arrugue de barrera de Kirchner representa, tío Plinio querido, el máximo sinceramiento del cuadro actual. Coloca las fichas en el justo lugar.
Implícitamente acepta que, en el «conflicto del campo», fracasó, con holgura, la jactanciosa estrategia de la improvisación.
La derrota se percibe, en adelante, en la separación analítica. En la brecha amplia, entre ganadores y perdedores.
En el rincón donde se amontonan los perdedores, se destacan los protagonistas del cesarismo conyugal. Desfila primero Kirchner, y con sigilosa prestancia, La Elegida.
Y los colosales perjudicados por la impotencia activa. Aunque presenten el ropaje honorable de la lealtad. Hacia las causas perdidas, que logran el congelamiento total del país. Paralizado.
País puesto -estúpidamente- de sombrero.
El máximo exponente, en el desfile de los perdedores, es Scioli.
Titular indiscutido de la Línea Aire y Sol. Cultor perspicaz de la ideología del vitalismo.
A esta altura, irreparablemente, Scioli se encuentra en el camino. Como Gran Discípulo, continuador del Guía Ruckauf.
Sobre todo si Scioli, el nuevo Ruckauf, no toma distancias, en lo inmediato, y salta. A los efectos de encarar la gesta de abrirse de la parejita feliz. Tal como le recomendó, oportunamente, según nuestras fuentes, James Carville.
Pero Scioli acepta, en apariencias, tío Plinio querido, el destino fatal. De ser el «Ruckauf Segundo».
Entonces sobrefactura, a través de las sobreactuaciones, la cuenta de la lealtad.
Marcha, de frente, hacia el precipicio del vaciamiento. «Con fe, con esperanzas». Siempre para adelante con el Estado Social Activo, artificio que le inculcara un sofista cordobés.
Parece que Scioli, en el fondo, se enorgullece. Porque después de tantas vejaciones, los Kirchner hoy dependen de él. De la certeza de su apoyo. Por lo tanto, los Kirchner adoptaron la extraña adicción. La sciolidependencia. Entonces necesitan tenerlo al lado, mostrarlo, para desangrarlo en las encuestas.
Ocurre que la impostura del kirchnerismo se desintegra si Scioli, tío Plinio querido, toma la distancia que le sugiere Carville. O, sin ir más lejos, cualquiera de los tantos amigos sensatos que pusieron las fichas en él. Que lo advierten acerca del riesgo de la decepción. Tan perceptible en su caída numerológica.
Con Córdoba rebelde. Con Kirchner arrodillado ante Santa Fe. Con la Metrópoli que le muestra el rigor de la espalda. Si se les aparta del tablero también la provincia de Buenos Aires, la mancha del kirchnerismo puede, aceleradamente, absorberse. Con la nostalgia del viejo secante.
Otro perjudicado, emblemáticamente caricatural, pero sin la gravitación de Scioli, es el inocuo Capitanich. Otro cliente, curiosamente, de James Carville. Pero Capitanich no genera la menor dependencia. Puede consumirse sin moderación.
La historia, otra vez
En el otro rincón, en el de los beneficiados ganadores, relucen los destellos de Reutemann.
Avanza entonces, orondo, el galán maduro, en la pasarela. Como si el sexagenario disfrutara de la remake de la reutemanía.
Con menor producción, desfila también Schiaretti, que ya casi lo tapa, en materia de cordobecismo profesional, a De la Sota.
Desfilan los hermanitos Barros Schelotto, más conocidos por los Rodríguez Saa, del Estado Libre Asociado de San Luís.
Desfila la sobriedad de Romero, quien recupera, en Salta, explicablemente la hegemonía. A partir de la estampilla infortunadamente oficialista de Urtubey, el «cristino» del ponchito bermellón.
Fuera del programa peronista desfila, recatadamente, Binner. Con la gracia expresiva de una cicatriz. Pero efectivamente con recursos más eficaces que aquellas sobreactuaciones memorables de la señora Carrió. Con las alucinaciones egipcias que suele predicar al costado de las rutas. Con las metáforas bíblicas que desconciertan al colega Novaresio, y al paciente Profesor Grondona. Con las cruzadas antidemoníacas que generan, menos que sustos existenciales, unas carcajadas contagiosamente conmovedoras.
Pero es Reutemann, tío Plinio querido, aquel triste Mártir de Punto Doc, el que vuelve a la antigua especialidad de modelar. Para ser construido, de pronto, como alternativa.
En este caso, por Kirchner, el primer sciolidependiente.
Al rendirse sin condiciones. Al arrojar la toalla, antes del juego de piernas del primer round, mientras se aferra a la sciolidependencia, Kirchner lo promueve a Reutemann. Le levanta los brazos.
Significa que la historia, por tercera vez, tío Plinio querido, insiste. Le golpea la puerta, otra vez, a Reutemann. Conste que la última vez tampoco quiso atenderla. Porque, justamente en ese momento, se afeitaba.
Penúltima lección
Vaya entonces, para la edición del manual, la penúltima lección de kirchnerismo básico. La que el Barba Rossi, tardíamente, debió aprender.
Kirchner premia la desobediencia, para subestimar a los incondicionales que lo siguen.
Deben aprender la lección los gobernadores que se aferran, con el pretexto de pagar los sueldos, a la estrella opacada del César. Que los arrastra, en la plenitud de la declinación, hacia las llamaradas.
Para sobrevivir debe arrojar, a los leales, al fuego.
Dígale a tía Edelma que, este tipo de fuego, nada tiene que ver con las teorías de la purificación. No se trata del fuego de Pentecostés, ni del fuego de los druidas.
Es el fuego, para serle franco, más berreta. El que asegura el fracaso.
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