La putinización
SERIE “HISTORIA CONTEMPORÁNEA” (II): Mientras Rusia avanza hacia la kirchnerización, Kirchner se putiniza.
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari,
Semiología, Consultora Oximoron
especial para JorgeAsisDigital
a) El Mal
Con la intención noble de denostarlo, a Kirchner se lo asocia, a menudo, de manera espectacularmente efectista, con los peores representantes de aquello culturalmente reconocido como El Mal.
En efecto, dos políticos domésticos, de caudalosa solvencia intelectual, como la señora Elisa Carrió y don José Manuel De la Sota, suelen aprovechar el desconocimiento teórico del mayoritario sector de la ciudadanía, a los efectos de lanzar generosas comparaciones carentes de rigor.
Los resultados son expresivamente positivos, pero sólo para los provisorios encabezamientos de la mediología. Inconvincentes, al menos para el frecuentador más elemental de la historia.
Desagraviar a Stalin, Mussolini y Satán
Resultan llamativas las coincidencias evaluativas. Los similares códigos analíticos. Los que mantienen la contestataria señora Elisa Carrió, con el peronista -repentinamente disidente- José Manuel De la Sota.
Antes de equiparar, instigada por el Profesor Grondona, a Kirchner con el Demonio, en uno de sus memorables arrebatos de colección la señora Carrió se atrevió a calificarlo de fascista.
En la semana anterior, el tradicionalmente ponderado De la Sota, un cordobés profesional, prefirió comparar, algo forzadamente, a Kirchner con Stalin. En lo que respecta al estilo de conducción partidaria.
Ambos exabruptos contrafácticos representan un agravio inmerecidamente gratuito que responden a similares asociaciones rápidas de ideas.
En el caso de Carrió, un doble agravio. Hacia el fascismo, primero. Y a Satán, ayer.
En lo que concierne a De la Sota, hacia Stalin, el «Padre de los Pueblos», y al «constructor de la Gloriosa Unión Soviética».
Menos que una defensa de los atributos impugnables de Kirchner, la presente evaluación de la Consultora Oximoron debería interpretarse como un justo desagravio hacia Mussolini y Stalin. Referentes inagotables, para estudiar la apasionante historia del siglo veinte, desde la placidez de Hobsbawm o la densidad de Nolte. Y también debe entenderse como un auténtico desagravio hacia el respetuosamente temible Satán. Que también se encuentra, como Dios, siempre presente. Como lo saben los teólogos eruditos que adhieren a las teorías exorcistas del Padre Fortea.
De ningún modo los tres (Mussolini, Stalin y el astuto Satán) merecen que, desde la impune posteridad, se los degrade al voleo y sin fundamentos, a través de la canilla libre de las declaraciones precoces de políticos que buscan títulos de portada.
En tiempos carentes de celulares y del google, ambos líderes antagónicos, Mussolini y Stalin, se las ingeniaron para compartir las demenciales confrontaciones movilizadas por las utopías perdidas, cuyas consecuencias estructuran la actualidad. En cartel francés, compartieron el escenario con otro antológicamente inagotable, un peso pesado de la patología, sin ir más lejos, de Hitler. En un período más entretenido de la historia de la inhumanidad, donde el «Gallego» Franco, o el maurrasiano Oliveira de Salazar, eran, comparativamente, casi inofensivos.
A propósito, Salazar podría ser tomado como lejano antecedente para justificar el pregonado aislacionismo kirchnerista. Aunque, cuando Salazar proclamó como concepto aquel «orgullosamente solos», fue con el intento, algo paternalista, de proteger arbitrariamente la tristeza de su pueblo. En un continente desollado por los millones de muertos que conforman la base específica, de cemento y de huesos, que sostiene la Unión Europea.
Semejantes exponentes del siglo veinte debieron compartir el cartel francés con el legendario Churchill. Que, por suerte, es menos adaptable a las comparaciones fáciles. Y, algo más tarde, con De Gaulle.
En cierto modo, los líderes aquí citados funcionan como meros antecedentes contrafácticos para comenzar el estudio ideológico del referente más cercano en el tiempo. El que pudo succionar la capacidad de conducción de todos ellos. Perón.
Por lo tanto, compararlos, a Mussolini, a Stalin o a Satán, con Kirchner, puede tomarse, apenas, como una licencia abusiva, algo libertina, del lenguaje. Implica, en el fondo, una subestimación inconciente del semejante que se ampara en la sobreestimación del autoritario ocasional. En este caso, de Kirchner. Al que torpemente los agraviadores engrandecen, con la intención de menoscabarlo.
b) KIRCHNER y PUTIN
Para las próximas declaraciones precoces, los estadistas potenciales, los que buscan referencias internacionales para diferenciarse, pueden utilizar otra comparación, aunque sea excesivamente contemporánea.
Atañe también al hegemónico Kirchner.
Conviene entonces recomendar la inducción del paralelo digno de Plutarco.
Entre las actualidades de dos cincuentones que se llevan las formalidades por delante.
Néstor Kirchner y Vladimir Putin.
La «putinización de la Argentina», tal como se esbozó oportunamente en el Portal, equivale, en realidad, a la «kirchnerización de Rusia».
Tomar nota. Para que cualquier declarador precoz pueda lucirse ante los distraídos.
Putin, desde Rusia, y Kirchner, desde la Argentina, pretenden eternizarse, en la adicción del poder, a través de sus respectivos delegados.
A través de Dimitri Medvedev, hoy el presidente de Rusia, en el caso de Putin.
Y Cristina Fernández, La Elegida, presidente de Argentina, en el caso de Kirchner. Aunque amparado en un atrevimiento conyugal que hubiera sorprendido a Maquiavelo, aquel antecedente menor de Jaime Durán Barbas.
Sin embargo, debe aceptarse que el artificio de Putin es, desde el punto de vista institucional, más transparentemente ético que la artimaña conyugal de Kirchner.
Porque Putin, al menos, sin los sesgos de la hipocresía, asume la responsabilidad histórica de la continuidad. Ahora en su condición subalterna de Primer Ministro.
Es decir, como si hoy Putin fuera una especie de Alberto Fernández, aunque con una carnadura superior. Sin fantasías.
De funcionar el perceptible experimento, la dupla Putin/Medvedev podrá turnarse, respectivamente, en el poder, durante varias décadas.
Como si el kirchnerizado Putin fuera la reencarnación capitalista del degradado (por De la Sota) Stalin.
En cambio, Kirchner prefiere no asumir, al menos hasta hoy, la cotidiana responsabilidad de putinizarse, concientemente, como Primer Ministro. Aunque aquí el dibujo corresponda al del mero Jefe de Gabinete.
Ocurre que a Kirchner le basta, hasta hoy, con la extraña condición de titiritero demasiado visible. Lo cual, al juego escénico, le resta gracia. Y sorpresa. Porque, para conducir a los títeres, le resulta suficiente con el manejo de la trastienda en exhibición, de este Partido Justicialista, que nada tiene que ver con el PC del camarada Stalin, el Partido de la Clase Obrera y del Pueblo, faro de luz para todos los desposeídos de la tierra.
Invasiones toleradas
Otra diferencia sustancial, entre Putin y Kirchner, la marcan las invasiones toleradas de las competencias de Dimitri Medveyev y Cristina Fernández, La Elegida.
Mientras es Putin quien decide viajar por las principales capitales del mundo, con una agenda de Jefe de Estado, que sorprende hasta a la especialista Pilar Bonet, Kirchner prefiere enviarla, de paseo oxigenante, a La Elegida. Para quedarse en Buenos Aires y disfrutar, con mayor sinceridad, sin que La Elegida lo moleste, de las atribuciones reales que le brindan contención.
Sin embargo, Kirchner debería, en adelante, degradar menos la institución presidencial. Y viajar hacia cualquier parte, como si fuera cualquier Carter, a los efectos de dejarla gobernar a ella.
O imitar, de una vez por todas, al kirchnerizado Putin. Putinizarse, para putinizar la Argentina de una buena vez.
Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital
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