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Hora de garrochas

Modelos de Giordano (II)

Jorge Asis - 30 de mayo 2008

Cartas al Tío Plinio

Hora de garrochasTío Plinio querido,

Después de humillantes ceremonias, acaso algo excesivas, de ingestión bucal, debe celebrarse, gracias a los chacareros, el brote de los peronistas críticamente tardíos.
Dirigentes que abandonan, por suerte, las sobreactuadas inclinaciones. Para decidirse a tomar una saludable distancia.
Disidentes repentinos, bienvenidos.

Sofismo presocrático

Es gravitante que nuevos caudillos, modelos de Giordano de magnitud relativa, se atrevan a cruzarlo.
De pronto, a Kirchner se lo degrada tanto, que dan ganas, incluso, tío Plinio querido, de defenderlo.
Pero no se altere, es sólo por desafío intelectual. Advertencia de sofista presocrático.
De ningún modo brotan, los deseos semejantes, por los atributos inexistentes del César.
Es por la selectiva capacidad de arrojo de los audaces. Modelos que comienzan la aventura de despegarse. Como si irrumpiera otra hora de las garrochas. El turno del garrochazo al revés.
Para tomar el primer envión, y lanzarse -siempre empujados por los chacareros-, al deslizamiento de la súbita impugnación.

Pasarela

Ya no es sólo Menem, tío Plinio querido, el que lo castiga. Desde la desolación, la pasarela del abandono. En una soledad sólo culturalmente explicable.
Tienta a componer otro ensayo que viene al caso. «Hipocresía, Cinismo y poder».
O el filósofo Barrionuevo, el que sale, en la pasarela, otra vez a cruzarlo. A pesar de ajustarse al pragmatismo gastronómicamente institucional. O conyugal, si lo prefiere.
O Puerta, el simpático Karpov del peronismo. Habilitado para jugar, como Karpov, veinte partidas simultáneas (aunque pierda en la mayoría, o proponga consensuadas tablas).
O, sin ir más lejos, para darle color al desfile, los Barros Schelotto. Dos folklóricos entrañables que no aciertan nunca al expandirse. Más allá de los márgenes del Estado Libre Asociado de San Luis.
Si a estos baluartes del plantel estable, tradicionales opositores internos, se les anexan, por ejemplo, modelitos de colección como Reutemann, o Busti, el tema es, tío Plinio querido, bastante más serio.
Casi inquietante. Sobre todo si se radicalizan, aparte, dos modelos pesados, como Romero o De la Sota. Dos caudillos que supieron mantenerse elegantemente distantes de Kirchner. Porque son estratégicamente atendibles. A los cuales debe agregarse, para hacer cartón lleno, la presencia inmanente de Duhalde, que desfila con su combo. Con el tráfico ficcional que Duhalde, sigilosamente, promueve. El de la capacidad de armado. Para sumar a la mitificada habilidad para pilotear las tormentas (que el mismo combo genera).
Claras señales que ya percibe cualquier garrochero vocacional.
Mensajes demasiado explícitos, que anuncian que llegó, en el desfile, la hora de saltar.
Porque esto, el kirchnerismo, tío Plinio querido, ya no sólo se descascara. Se desvanece.
Se estamparon el helado en la frente. Implosionaron. Huelen a calas. Chocaron la calesita.
Palabras del Portal. Pueden sentarse.

Aislamiento espiritual

Doblemente aislado, queda, el pobre. Tanto afuera como adentro.
Kirchner decide aislarse también internamente. Para refugiarse en el bunker espiritual del Partido Justicialista, desde donde gobierna. Administra la caída. Desde el PJ, artificio corporativo, rotary de funcionarios. Peronismo a la carta.
Encuentra, irónicamente, un poco de tibieza en aquel PJ que siempre degradó. Peor aún. Porque Kirchner políticamente creció, ante la superstición de la sociedad independiente, a partir de la denigración del Partido que lo catapultaba. Recetario de Dick Morris, en versión standard. Tamaño baño.

Persistencia entonces, en el bunker de Matheu, mientras las garrochas surcan el cielo del poder.
Entre el autismo de los incondicionales interesados, que confidencialmente ostentan su preocupación. Como si, por anticipado, los modelos anónimos suplicaran.
Con gobernadores que desperdician, con pecaminosa valentía, la propia jerarquía política. La que Kirchner, de arrebato, les vacía. Porque, a su lado, no puede crecer ningún tibio.
Sólo puede prosperar la postergación, o el desencanto.

Modelitos

Piense, por ejemplo, en Capitanich. En el descuartizamiento del prestigio pacientemente construido.
A Capitanich lo transforman, en el Chaco, en charqui. Tiritas para secar con sal. A veces, por patologías íntimas que no vienen al caso.
O piense en Urtubey, El Bello Otero. Que se consagró en la pasarela por aferrarse al tronco oficialista. Aunque, como contó en el quincho de la casa provincial, Kirchner lo trata con estoica indiferencia. Sólo le lleva el apunte La Elegida.
Ahora, por aferrarse al mismo tronco, Urtubey desperdicia la hazaña relativa de haberle arrancado Salta al «romerismo».
Para que hoy, la distancia que impone Romero sea más redituable que el acercamiento de Urtubey. A un Kirchner que, para colmo, le desconfía.

Basta, para entender el dramatismo del cuadro, con colocar a Scioli, el titular de la Línea Aire y Sol, en la pasarela. Para percibir el rostro desubicado del pobre motonauta, al que suele verse tristemente apichonado en las conferencias del poeta Alberto Fernández.
Como si estuviera, el pobre Scioli, atormentado por los vestigios de su sensata incomodidad.
Cultor de la ideología del vitalismo, a fuerza de fe y de esperanzas, de ir siempre para adelante, con confianza en el Estado Social Activo, Scioli tiene, por prepotencia de encuestas, muchos más porotos que arriesgar que Capitanich. O que Urtubey. O con los dos modelitos que sólo pueden pasar rápidamente por la pasarela.
El Beder Herrera, el baluarte templado en el eduardismo menemista. Y Alperovich, que pronto va a añorar su pasado radical.

Emerge, en el horizonte de Scioli, el peligro de Ruckauf. Es decir, el riesgo de repetir el evocado ejemplo de Ruckauf. Campeón de las encuestas, en el 2000, hasta el helicóptero de Fernando.
Scioli, como Ruckauf, es otro porteño. Injertados, como si fueran siliconas, en la complejidad estructural de la provincia de Buenos Aires.

Sin embargo no todo está perdido.
En su aislamiento, acosado hasta la impotencia por los chacareros, Kirchner cuenta, además, con el apoyo, vibrantemente argumental, del pensador Braga Menéndez.
Y con unos cuantos funcionarios, lealmente agotados. Con los glóbulos mojados, sin mayor convicción ni credibilidad.
Desfilan legisladores que simulan sus inconvenientes para regresar a los terruños.
Y los heroicos piqueteros de ocasión.
Desfilan los Radicales Kash que se inspiran en la aventura del replanteo.
Los transversales que sobreviven del Frente Grande. Los que ponen en juego, apenas, el sueldo. Y miran las garrochas que ya utilizaron los diestros, Chacho Álvarez y Aníbal Ibarra.
Falta, apenas, que aparezcan en el desfile, para sostener a Kirchner en su declinación, otros modelos de Giordano, más hondamente dramáticos, que merecen ser el único tema de otra carta específica.
Las divisiones moralmente acorazadas de las madres y las abuelas.

Dígale a tía Edelma que la Otilia, que es fatal, anduvo, sin mayor suerte, por Buenos Aires. Y que le lleva, como regalo especial del sobrino, el champú de almendras, de Zuberbuhler. Y un llavero traído de Méjico. De San Benito.

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