Escándalo de Arana
AEROPUERTO (II): Triple crimen de los policías de La Plata.
Miniseries
Para los miles de visitantes del JorgeAsísDigital, las «nuevas hipótesis», que hoy sorprenden a los medios tradicionales, distan, ante todo, de ser nuevas. Aluden a la investigación del triple crimen de los policías de La Plata. Confirman, para ser exactos, la veracidad de las informaciones proporcionadas, oportunamente, desde aquí. En el texto «Aeropuerto». Editado casi seis meses atrás, el 22 de noviembre del 2007. A las 19.33.
Basta, para comprobarlo, con cliquear.
Reconstrucción
La reconstrucción de la carnicería de Arana debería generar, en determinados funcionarios del pasado inmediato, algunas preocupaciones entrañablemente hondas. Por las venturas personales. Por prestigios en juego.
Fue efectuada «in situ». Entre el domingo por la noche y la madrugada del lunes. En el escenario del crimen triplemente sanguinario. En la Planta Transmisora, que depende del Área de Comunicaciones del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires. Aislada intersección de la calle 7, con la 630, en pleno «esternón» del Barrio Aeropuerto, denominado así por la proximidad con el precario Aeródromo de La Plata.
Según señalaban ayer los dos portales confiables de la zona, «Info Región», e «Infocielo», el Fiscal Penal, el doctor Marcelo Romero, sospecha que «hubo participación de esa fuerza en los asesinatos».
O sea, de la Policía Bonaerense.
«O por lo menos que brindaron información, a los homicidas, sobre las características del lugar, tan poco iluminado».
El chupadero
Desde el JorgeAsísDigital, se contó que los asesinos visitaron, aquel 19 de octubre, la Planta de Arana, dispuestos a todo, para robarse el DVRAU.
Date Voice Recording and Acquisition United.
Trátase del interceptor digital, informáticamente capacitado para chupar, en simultáneo, 3.800 líneas telefónicas. Habría sido adquirido, según nuestras fuentes, en Francia, conjuntamente con otros sofisticados aparatos, exactamente útiles para la succión de la especialidad. A través de las ventajas fabulosas que ofrece la magia de la contabilidad secreta. Pudo acaso dibujarse, con cierta elegancia, un gasto apreciable. Según nuestras fuentes, de casi dos millones de dólares.
Con cierta satisfacción editorial, el doctor Romero le sugiere, a la prensa, que se encuentra ante «la posibilidad de un robo».
«Ya que se encontraron valiosos equipos de comunicación, que no habían sido declarados por las autoridades del anterior gobierno provincial».
Significa entonces que Romero, en sus expresiones innovadoras, se refiere al material que se encontró. Tal vez porque Romero desconoce, al menos hasta hoy, la jerarquía del material que le falta. Y por el cual se habría producido la impresionante carnicería, que aún contuvo la merecida categoría de escándalo.
A la larga, sin ansiedad, provistos de paciencia, las sinuosas oscuridades, que tanto fascinaban a Thomas Da Quincey, comienzan a aclararse.
Se asiste a las vísperas del desfile de modelos de Giordano. En este caso, de funcionarios que se reportaban, institucionalmente, al ministro Arslanián. Y, por canales meramente formales, al distraído, generalmente gran puenteado, gobernador Solá.
Por ejemplo sería ilustrativo averiguar si existía, en la Planta de Arana, o no, la extravagancia febril del chupadero telefónico. La aseveración es más gravitante que banal. Porque, en caso de haberse afanado, los asesinos, el DVCRAU, se infiere que algún grupo se encuentra capacitado, en la actualidad, para interceptar miles de comunicaciones cotidianas de los bonaerenses. Y de más allá, según la prepotencia del equipo. A los efectos de entrometerse indignamente, como El Gran Hermano de la Avenida de los Incas, entre los celulares. Y hasta de la intimidad de los correos electrónicos, si es que los atributos sofisticados, de los aparatos faltantes, lo permiten.
Por lo tanto debería justificarse la inquietud de los compañeros del conurbano. Así sean mencionados, o aún no, en el blogspot «chorros bonaerenses». Porque tienen aconsejablemente, en adelante, que cuidarse, hasta de los pensamientos retroactivos.
La memoria, en la provincia, suele cotizarse. Tal vez, bastante cara.
Blanca como el día
De tratarse de gente de «la casa», como bien supone el Fiscal, así se encuentre en actividad, tanto afuera como adentro, el escándalo es relativamente módico. Manejable. Para tratarse en el «Informe Reservado», que nadie acepta leer. El problema se agrava si se trata de gente ajena, que sólo tiene determinados cómplices en la institución. Foráneos, con tendencias violentamente discrecionales, hacia el tráfico riesgoso de «la Blancaflor».
«Así es María, blanca como el día».
Según Infocielo, cabe, para el doctor Romero, «la posibilidad que haya habido alguna transacción sobre estupefacientes. Ya que los perros adiestrados del Servicio Penitenciario marcaron unas cajas con micrófonos».
El tráfico específico de la María Blancaflor infunde un cierto temor reverencial. Porque debe sumarse a la combinación, ceremoniosamente macabra, de las puñaladas con los balazos. Rituales presentes en los cuerpos de los tres asesinados.
El rito suele instigar, a los audaces que padecen la contaminación informativa, a la evocación de la estilística criminal de Sendero Luminoso. Una organización peruana, narcoguerrillera, que logró infiltrarse, según informes de inteligencia, entre la barbarie favelizada del conurbano.
Sin embargo, según nuestras fuentes, se trata de una perspectiva atendible, pero cinematográficamente desaforada. Que de existir, en todo caso, el vigoroso gobernador Scioli, titular de la Línea Aire y Sol, la va a erradicar. Como a todas las lacras. «Con fe, con esperanzas, siempre para adelante con el Estado Social Activo».
Interpretación precoz
El cambio de fiscal penal debe, por fin, celebrarse. Tuvo, a nuestro criterio, resultados positivos.
El doctor Marcelo Romero no contuvo su inspiración investigativa con la reclamada explicación pasional. La preferiblemente trágica historia de amor que debería, de ser cierta, ser filmada por Adolfo Aristarain. O por Tarantino.
Aunque, desde el punto de vista jurídico, no alcanzó a conmover al literariamente experimentado Juez de Garantías, César Melazo. Es el autor, aparte, del texto «La Mordida».
Indagaba, en la favorable historia, la fiscal anterior, la doctora Leyla Aguilar. Con la onda armónica de la interpretación expansiva, que inducían, por conveniencia, las anteriores autoridades. Las que apretaban, al inapretable juez, como si fuera una naranja. Ocurría que los funcionarios estaban ansiosos por establecer un esclarecimiento rápido. Una especie de interpretación precoz del crimen colectivo. Cuestión de ofrendar la cabeza de alguien. De los seres que Kirchner, en sus desbordes menos desatinados, suele identificar, categóricamente, como «perejiles».
La historia de amor remitía a los arrebatos violentos del señor Leandro Colucci.
Trátase del novio desairado, extremadamente absorbente, apesadumbrado, celoso hasta la patología.
Porque Noelia, su ex amor, se había lanzado, de pronto, a noviar con el oficial Vatalaro.
Para aquella versión pasional, con la colaboración del señor Mastrovitto, el inmenso barra brava de Estudiantes, Colucci se lo había cargado, con cierto desenfreno, al pobre Vatalaro. Y a los otros dos policías. Díaz y Torres Barbosa. Culpables, apenas, por pernoctar, laboralmente, en el lugar equivocado. En el momento equivocado de la Planta Transmisora. Y acaso sin saber, siquiera, que se trataba de un chupadero.
En el dictamen, pudo percibirse el inconformismo estético del Juez Melazo. A pesar de los aprietes mediáticamente oficiales que deberán explicarse, Melazo se permitió sugerir la necesidad, a lo sumo, de un «tratamiento psicológico y psiquiátrico para Colucci».
Los mensajes de texto, enviados a la buena señora que pudo ser su suegra. La ruptura del cristal del auto de Javier, tal vez por creerlo aspirante a novio de Noelia. Las persecuciones interbolicheras. El desinfle de cubiertas. La palabra procaz dirigida telefónicamente hacia una sobrinita. La pelea con el cuñado irascible. Datos bruscamente pintorescos que no bastaban, según el criterio de Melazo, para culpabilizarlo a Colucci, por semejante asesinato plural. Los dilemas emocionales del muchacho resultaban insuficientes para convertirlo, a Colucci, en el carnicero de Arana. Como si fuera un artista tardío del ya citado Thomas Da Quincey. Por aquel superior colega de Melazo. El novelista inglés que escribió entre el dieciocho y el diecinueve, el autor canónico de «Del asesinato considerado como una de las bellas artes». En los bajos fondos de Manchester, antecedente menor de los suburbios de Buenos Aires.
Oberdán Rocamora
Continuará
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