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Frondizi y Los Iluminados

El desarrollismo declina cuando a los frondi-frigeristas los echan de "Clarín".

Jorge Asis - 5 de mayo 2008

El Asís cultural

Frondizi y Los Iluminadosescribe Jorge Cayetano Zaín Asís
especial para JorgeAsísDigital

Desde la posteridad, puede asistirse a la previsible reconstrucción, culposamente artificial, de otra epopeya de mármol. La de Arturo Frondizi. El intelectual capacitado, incuestionablemente sólido, que ocupara, a destiempo, la presidencia, entre 1958 y 1962.
Por la magia del descarte, se extiende, 45 años después, el virus del reconocimiento tardío.
A sus contemporáneos del pensamiento, el francés Bernard Henry-Levy les sugiere encarar «la aventura de la libertad». Sin intensidad en la impertinencia, a partir de la libertad evaluativa, puede inferirse que a Frondizi le sobraron, al menos, 15 años de vida.
Fueron los años descartables. Los que el estadista utilizó para demoler los atributos que hoy se le celebran. Felizmente, tampoco tuvo suerte para la demolición.

Peripecia modernizadora

Quienes lo magnifican, prefieren congelar su peripecia modernizadora en 1962. Cuando el militarismo, enredado en la trampa del sumidero antiperonista, inútilmente lo derroca.
Para mantenerse, el radical intransigente, Frondizi, había concedido en exceso. Como un cultor anticipatorio de la «real politik», mantuvo la valentía pragmática de desmoronar sus propias tesis. Para gobernar en contra de las ideas que había pregonado. Reflejadas, sin ir más lejos, en cierto texto arqueológico, «Petróleo y Política», de 1954. De cuando era un radical sin aditamentos semánticos.

Con generosidad analítica, la peripecia «modernizadora» de Frondizi puede clausurarse diez años después. En 1973. Cuando, desde el desarrollismo que hoy se beatifica, Frondizi ocupa una butaca en el Frente que lo lleva a la presidencia a Cámpora, primero. Y a Perón, inmediatamente. Con quien Frondizi se asociaba, por segunda vez.
La primera vez que Frondizi se le rindió a Perón, con el pragmatismo del visionario, fue para nutrirse de los imprescindibles votos peronistas, en las elecciones de 1958. Pudo armarse, gracias al peronismo que lo condicionaba, de la presidencia. Con la contraprestación del estímulo económicamente ponderable. Un aliento que pudo atenuar, en el sensible espíritu del General, las dolorosas desdichas del exilio.
El segundo pacto, ya sin la indispensabilidad del valijazo, transcurre cuando Perón suscribe aquel voluntarioso pretexto literario de Rogelio Frigerio. Intitulado «La única verdad es la realidad».
En la década obturada de los setenta, el frondo-frigerismo ya encarnaba la secta respetablemente iluminada del Movimiento de Integración y Desarrollo, el MID. Representaba un espacio políticamente atractivo. Podía tomárselo en serio, aunque sin exagerar. Pero imantaba, otra vez, a los intelectuales.
Aquel MID no gravitaba por la contundencia de las ideas «modernizadoras» que hoy se redescubren. Gravitaba porque los Frigerio conducían, ostensiblemente, el diario Clarín. Tendía la línea. La bajaban. La figuración en el suplemento de los jueves, que arbitraba Guillermo Ariza, era el imán que atraía a aquellos intelectuales.

La purga

Las insolencias de la libertad reflexiva debieran enriquecer al personaje de referencia.
A nuestro criterio, el periplo de Frondizi concluye, políticamente, entre 1981 y el 82.
Cuando el prosaico Héctor Magnetto, un tenaz tenedor de libros de 38 años, desplegaba un hambre incontenible de poder. Y persuadió a la directora nominal del diario, la señora Laura Ernestina Herrera de Noble, para emprender otra epopeya. La de «la purga». A los efectos de quitarse de encima, con la inestimable ayuda de Marcos Cytrynblum y de Joaquín Morales Solá, a los frondo-frigeristas de la secta iluminada. Los que aportaban la inofensiva «línea del diario», pero carecían de las acciones típicas del poder real.
Los Iluminados solían utilizar las páginas de «Clarín» para ametrallar al ministro Martínez de Hoz. Para apuntalar, en simultáneo, a los militares del Proceso. Porque el objetivo concreto de los desarrollistas consistía en capturar los pliegues de la Economía.
«En Clarín estamos en contra del proceso en lo económico, pero lo apoyamos en lo político».
Así le sintetizó al autor, en 1976, cierto emotivo Secretario de Redacción, que se encargaba de bajar la línea. También fue víctima, por supuesto, de la purga posterior.
Persiste una novela casi inhallable, «Diario de la Argentina». Es de 1984 y retrata el apasionamiento de esta instancia sombría.

La declinación

El frondo-frigerismo, post Clarín, participó de una sistemática declinación.
La derrota de Malvinas produjo el repentino obsequio de la democracia recuperada.
Para el pensador Alejandro Horowitz, se trataba de «la democracia de la derrota».
Al triunfante Alfonsín de los ochenta, le molestaba, justamente, que se lo comparara con Frondizi.
Al estadista de referencia se lo marginaba, con énfasis. Y «las ideas modernizadoras» de Frondizi (y de Frigerio), sin la resonancia de Clarín, importaban menos que un pepino. Entonces carecía Frondizi, como Frigerio, de atractivos para que los otros políticos, los anticipadores involuntarios de la mediología, soportaran las alocuciones ejemplares de Los Iluminados. Los que hablaban, sin atisbos de modestia, desde la verdad.
Lo cierto es que, en adelante, Frondizi debía convivir con la cotidianeidad del desplazamiento. Al radicalizarse categóricamente, Frondizi se aislaba aún más. Proporcionaba una estricta melancolía que, en la plenitud de la soledad, Frondizi, el intelectual innovador, se recluyera sobre los elementos más retardatarios de la sociedad. Hasta participar, inclusive, de una olvidable marcha antialfonsinista, frente a la Catedral y en contra del divorcio. Y hasta transformarse, paradójicamente, en un operador, demasiado informado, del específico ámbito castrense.
Sin faltar a los códigos profesionales del off the record, puede asegurarse que ninguna Garganta contenía una información militar más calificada que la de don Arturo Frondizi. En especial, durante el segundo lustro de los ochenta. Sobre el fenómeno, aún no académicamente estudiado, de los «carapintadas». La insurrección de aquellos hastiados cuadros intermedios del Ejército, que produjeron el tajo sustancial al alfonsinismo que se imaginaba, a si mismo, tan hegemónico como fundacional. Carapintadas que inspiraron, sin ir más lejos, al venezolano Hugo Chávez. Al menos para la primer chirinada de 1992.
Por lo tanto Frondizi nos permite traficar con la parábola del intelectual que lucha abnegadamente por obtener el poder. Del Presidente pragmático, que ejecuta una política petrolera situada en las antípodas de su pensamiento. Y que soportó, con admirable hidalguía, las persistentes conspiraciones de los sesenta. La indecencia de los 23 planteos militares de adictos al fracaso. Para culminar, dos décadas después, entreverado con los devaneos de la corporación que lo había derrocado. Y que se quedaba al margen. Como él.

Importancia estratégica de morirse

«Resulta que hoy son todos desarrollistas, hasta Kirchner», ironiza Rodolfo Terragno.
Después de todo, es una apuesta singular por el optimismo. Aún permite confiar en la importancia estratégica de morirse.
Por descarte, en el país adicto al fracaso, siempre puede rescatarse a los que aprovecharon la oportunidad para equivocarse.
Duhalde, Lavagna, Kirchner. Hasta, incluso, Terragno. Brotan los homenajeadores inoculados por el virus tardío del reconocimiento. Sin contar a los frondicistas de verdad. A los contados «iluminados» que merecen identificarse como tales. El poeta Albino Gómez, don Oscar Camilión, el profesor Antonio Salonia. Gonzalo D Ers. Osvaldo Trocca. O el señor Carlos Zaffore, que mantiene la llamarada tenue de la franquicia. El sello del MID.
El endiosamiento actual de Frondizi permite vaticinar que, en treinta años, podría ocurrir algo similar con Alfonsín, al que en general se menoscaba. O con Menem, hoy sólo disponible para el agravio.

Tío Amil

El autor de estas líneas suele abusar de «la aventura de la libertad». Referirse a Arturo Frondizi significa evocar al entrañable tío Andrés Amil. Un radical yrigoyenista que le abrió con generosidad la puerta del departamento de Berutti, frente al Hospital Alemán, y a media cuadra del Oviedo. Para que su gran amigo, Frondizi, mantuviera los esporádicos «off the record» con su sobrino, el inadmisible escritor de la novela sobre el Diario. Que se desempeñaba, por entonces, en la revista «Libre», un memorable producto de la Editorial Perfil, de Fontevecchia. En pleno destape sociocultural del alfonsinismo que le arrojaba, a don Arturo Frondizi, inmerecidamente, flit.

Jorge Cayetano Zaín Asís
para JorgeAsísDigital

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