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Ezeiza

Los Granados, entre Lorenzo y El Mangruyo.

Oberdan Rocamora - 25 de abril 2008

Artículos Nacionales

EzeizaEZEIZA (de nuestro enviado especial, Oberdán Rocamora).- Esquina de Racedo -calle de tango- con la Ruta 205. Desde aquí, puede percibirse que Dulce Granados mantiene la digna belleza de la madurez. Es la primera dama de Ezeiza. Alejandro Granados, el intendente, el líder de la línea Mangruyo (por el nombre de su restaurant), se encuentra inalterablemente gordo. Provisto, probablemente, del ingenio que le permite asegurarse la vigencia. Sobrevivir a los cambios, entre la positiva inmoralidad, los altibajos ornamentales del peronismo.
Granados suele captar, en definitiva, la síntesis del momento histórico. Para no quedarse afuera.
Los Granados lucían en aquellos degradados noventa. Años que hoy, en su discurso, aunque apele a glorias del pasado, magistralmente silencia.
Con su sabiduría de equilibrista, Granados puede compararse con Linyeri, al que nadie podía bajar nunca del avión de Menem. Pero Granados, aunque hizo menos, es más ocurrente.
Conste que en el 95 envió a sus huestes, desde Ezeiza, hacia Mar del Plata. Para el lanzamiento de la campaña reelectoral. Era Menem-Ruckauf. Los granadistas exhibían pancartas eficazmente reversibles.
De frente, se leía Menem. Detrás, se leía Duhalde.
Debajo de ambos apellidos, antagónicamente internos, podía leerse: «Ezeiza. Granados Conducción».

Por lo tanto no puede sorprender a nadie que Granados vuelva a captar la síntesis del momento histórico.
«Ezeiza es leal a la Presidente Cristina», grita, mientras traspira. Y «Ezeiza es leal al Presidente del Partido Justicialista, Kirchner».
En la primera de cambio, los Granados lanzan las nuevas pancartas reversibles. De colección.

La marchita

Kirchner canta, por primera vez en cinco años, la marchita.
Acompañado, en las vibraciones del coro, por los vicepresidentes de cabecera. Scioli y Moyano, por ahora, lo siguen. Y canta también quien tiene los fierros del suburbio, Balestrini.
En la punta de la mesa, se lo distingue el barbado Pérsico.
Detrás, se lo ve a Kunkel. A Rossi. Alegres por haber desaforado a Patti.
Cantan, los desaforadores, junto a los otros intendentes. Los que conservan los similares atributos para captar la síntesis del momento histórico. Y de todos los momentos históricos que se vengan.

Lorenzo

Aparte de la euforia del folklore y la marchita, lo más emotivamente peronista del acto, es el retrato de Lorenzo Miguel.
Es un retrato que trae, de regalo, Caló. El sucesor.
Si Lorenzo llegara a escaparse del retrato. Si contemplara, en una ráfaga de inmortalidad, hacia la miserable actualidad del peronismo, los baja, de a uno, del palco.

Turno del discurso del jefe del Partido. Kirchner evoca el Ezeiza del 17 de noviembre del 72. De cuando cuenta que vino, en su condición de militante, a recibir a Perón.
Curiosamente no evoca el Ezeiza del regreso de Perón, del 20 de junio de 1973. Tal vez para no ponerlo, en situación incómoda, a Moyano.

La autocomplacencia es previsible. Emite llamaradas. Con el pretexto de defender el gobierno de su mujer, con su maniqueísmo, lo sepulta.
Los exabruptos, arteramente dirigidos, unifican a los dirigentes agropecuarios con los golpistas del 55 o del 76. Conspiradores que queman los campos y desabastecen a la ciudadanía. Culpables, por si no bastara, de la inflación. Las provocaciones logran que se consolide el presagio de un mayo intenso. Aunque Osiris, con los enroques de su agudeza, sostenga que Kirchner provoca nada más que para negociar.
Que los ataca con dureza, según su característica, para arrugar.
De todos modos, tantas provocaciones juntas inducen a preguntarse, sensatamente, hasta cuándo Scioli, el líder de la Línea Aire y Sol, que tiene tanto para perder, lo va a aplaudir a Kirchner.
A acompañarlo en sus horrores. A felicitarlo por las prepeadas. Como si fuera Kunkel.
Fuegos artificiales. Destellos entre las tinieblas del horizonte cercano. Entre los mangruyos alborotados de Ezeiza que preocupan, en el retrato, hasta a Lorenzo Miguel.

Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital

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Desaforadores

GREGUERÍAS: El Caso Patti y la extorsión intelectual.

escribe Jorge Cayetano Zaín Asís
especial para JorgeAsísDigital

La extorsión intelectual aún funciona.
El envoltorio es muy poco inteligente, pero redituable, hasta la perplejidad.

Salvo que sea el doctor Zaffaroni, o la doctora Argibay, quien cuestione la ética del envoltorio debe hacerse cargo del terrorismo de estado. Del método de indagación de la tortura. Del robo de bebés.
Ante tantos riesgos, resulta conveniente, mil veces, callarse. Adaptarse y meterse en el paquete.
El silencio colectivo atempera el papelón institucional.

En el futuro mediato, el Caso Patti podrá convertirse en sinónimo de degradación parlamentaria.
Otro error, de «lesa ingenuidad», del superado -felizmente- kirchnerismo.

Por rechazado, Patti adquiere, como legislador, una trascendencia superior a la obtenida, en bloque, por la legión de aceptados que lo rechazan.
Justamente el rechazo emerge como la medida más relevante tomada en sus mandatos.
Manchones que opacan, indeleblemente, las trayectorias.

Merece consignarse, en el Museo de la Memoria, la inscripción de cada uno de los diputados desaforadores del oficialismo. Incluso, el de quienes supieron acompañar, al condenado, en otras boletas menos dignas.
De todos modos, los desaforadores fueron espiritualmente asistidos por la complicidad inexplicable de los pares progresistas de la Coalición Cívica. Hasta producir severas laceraciones, sobre todo en la «calidad institucional» que propugnan, por televisión, sus dirigentes.

Sin embargo los desaforadores pueden sentir los aguijones implacables del orgullo. Por el deber cumplido. Patti está preso.
Fueron, todos los desaforadores juntos, más policías que el propio Patti.
Por haber proscrito al indeseable par, democráticamente elegido, los desaforadores tendrán, al fin y al cabo, un lugar en la historia, cada vez más triste, del parlamento argentino.

Los excesos de la represión suelen complementarse con los excesos de la reparación.

J.C.Z.A.

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