Cien días de infortunio
Cristina y el pretexto del género.
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital
Entre la valija expresiva, problemáticamente promisoria, del señor Antonini Wilson, y la tragicomedia angustiosa de las Retenciones Móviles, el gobierno, por llamarlo así, de Cristina Kirchner, supo diseñar, prematuramente, su propio ocaso.
Sin atisbos de dignidad, ni rasgos de pequeñas glorias.
El fracaso anunciado no puede legitimarse por una recursiva cuestión de género. El ser mujer, como pretexto, implica un innecesario agravio intelectual al raciocinio, fastidiosamente hostigado, de los «argentinos», a los que Cristina, genéricamente, se dirige.
El fracaso, tan temido, tiene que ver, sin influencias del pensamiento mágico, con la mala suerte.
La mala suerte del arranque desató las vísperas de los infortunios. La deslegitimación moral de la marroquinería de Antonini Wilson no se resuelve con la entrega del intrascendente Uberti.
La mala suerte inicial complementa la arrogante ineptitud que la sostiene.
La simulación de profundidad, que contiene su discurso articulado, sin razones de género, genera una distancia fría con el destinatario que pretende cautivar. Distancia, alejamiento del superior que concede la transmisión de un mensaje. Hasta con los partidarios compulsivos de su bando. Los adheridos que se fuerzan, convenientemente, por encontrarle, a la señora, algunos motivos para justificar la decidida simpatía. La declamada admiración. Sin embargo les produce una reacción visceralmente adversa.
El pasado de una ilusión
Lo peor, en Cristina, es asistir al desmoronamiento de una ilusión. Arrastraba, la señora, una sensación de cambio. De apertura ética, que estéticamente, de por sí, ella representaba. Por la esperanza del emprolijamiento administrativo, y del abandono del aislamiento internacional. Por la promesa, en fin, del enriquecimiento de la calidad institucional.
Sin embargo, desde el descalabro de Antonini Wilson, hasta el último show de las Retenciones Móviles, en los evaluados cien días, sea por mala suerte o por ineptitud, las imposturas jactanciosas de Cristina se sostienen con los emblemas que ella, justamente, intentaba diferenciarse.
Las caras más reprobables, para ella, de las llamadas «organizaciones sociales».
Con su peripecia, D’Elía desdibuja la paradoja que cerca al laberinto de Cristina.
Porque, en las escenas infortunadas de «la recuperación» de la Plaza, mientras auténticamente la defendía, D’Elía, políticamente, a Cristina, le sepultaba su identidad.
Otro emblema lo representa la estética de Moyano. El estilo sindical que Cristina prefería demoler. Incluso estimuló, oportunamente, a su marido, para que lo demoliera. Pero como indica Rocamora: Kirchner es «un duro en el difícil arte de arrugar». Lo convirtió en el principal aliado.
El tercer pilar, el más fundamental, lo representa la corporación del peronismo. El «aparato», especialmente el bonaerense, que supo degradar. Sobre todo en la epopeya que signa la aniquilación temporaria de Duhalde. Contra la corporación, el «pejotismo», los Kirchner edificaron la razón (superadora) de ser de su proyecto, espantosamente vulgarizado por la «real politik».
Consecuencias agravadas, inexorablemente, del patrimonio político que Cristina, pobrecita, recibe. Llave en mano. La «pesada herencia». La que la ubica en el sitial que le excede, y que simultáneamente la acota. Los «desastres seriales del gobierno trivial». Arrebatos arbitrarios que jalonaron la gestión del marido, supuestamente consagratoria. Ante una sociedad estragada por la contradicción de sus frustraciones. Con una dirigencia globalmente entregada, que permitió el crecimiento, y la ponderación de un estilo, del que hoy, abrumada, se espanta. Entre prepotencias teóricas, coloridas corrupciones, inadmisibles ineptitudes y televisivos tortazos.
En los cien días de infortunios, Cristina completa, con pretextos de género, el estilo de construcción de poder impuesto por la omnisciencia vigente del marido.
Un descripto, en el Portal, hasta el hartazgo, Sistema Recaudatorio de Acumulación que, invariablemente, se desmorona.
Aciertan, al preocuparse, los «argentinos» sensatos que intuyen que el gobierno huele a la cala del final. Más que a la creatividad, debe invocarse, en adelante, a la paciencia. Para ayudar, a los Kirchner, a que lleguen, con la respiración agitada, con el prestigio en el tercer subsuelo, hasta la frontera, lejana e incierta, del 2011.
Carolina Mantegari
Consultora Oximoron para JorgeAsísDigital
permitida la reproducción sin citación de fuente.
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Conciliadores e Irreductibles
La anécdota del conflicto agrario.
El desabastecimiento es, ante todo, ideológico.
En la precaria actualidad, la gestión de la señora Cristina sucumbe, anecdóticamente, en la condición triste de rehén de una pugna agraria.
Asístese a la disidencia táctica entre los Conciliadores y los Irreductibles.
Los Conciliadores, imbuidos de la extendida epidemia del diálogo, prefieren clausurar, razonablemente, el desborde generalizado de las emotivas cacerolas.
Los Irreductibles son los desbordados que emergen, a su pesar, desde los cortes, como los próximos protagonistas que pasan, estratégicamente, y por encima, a los Conciliadores.
Pese a las «negociaciones secretas», que signan la ilusión de los colegas de «Ámbito Financiero», lo más ausente, del angustioso conflicto agrario, es la privacidad.
Con facilidad cualquier tía puede captar las diferencias. En el litigio mediático, los rostros resultan más expresivos que los discursos.
Los Conciliadores tienen que lograr, en definitiva, que los Irreductibles regresen a la privacidad de sus casas.
Por ejemplo Miguens y Biolcatti, delfines de la Sociedad Rural, deben ayudarlo a Buzzi, de la Federación Agraria, para lograr que De Angelis, una de las revelaciones de la estación, como Echeverría, apacigüen sus pasiones lícitamente contestatarias. Y que resignen la fascinación evidente que les producen, sobre todo a De Angelis, las cámaras simultáneas de televisión. Ante las que se desenvuelve, desprejuiciado, con eficacia y soltura. Inspiran, las cámaras, la tentación lógica del crecimiento político.
Los Conciliadores deben aferrarse a los pliegues riesgosos del lenguaje gestual.
Necesitan percibir que la señora Cristina, que había apostado inicialmente por el desgaste, ahora desea, de verdad, dialogar. Aunque, al desistir, el diálogo se asemeje a una capitulación.
En realidad, los Conciliadores distan de sentirse cómodos con la magnitud que tomó el litigio que merecía ser sectorial. Pero que, socialmente, se les escapó. Hasta nacionalizarse.
Sirvió como elemento desencadenante para expresar el descontento impotente de la sociedad. Harta de un gobierno ataviado, hasta la sobreactuación, con los atributos artificiales de la fortaleza. Pero que exhibe, indecorosamente, la más ordinaria fragilidad. Propia del desabastecimiento, reitérase, de ideas.
La soberbia de Cristina se encuentra, por lo tanto, sostenida en pilares de papel glacé.
Van a salir, de todos modos, esta vez, del paso.
Los Conciliadores podrán aplacar la furia de los Irreductibles.
Sin embargo el gobierno emerge, de la tragicomedia de las retenciones Móviles, definitivamente lacerado. Ingresa, en adelante, en el «Tiempo de descuento», del que nos hablaba Osiris Alonso D’Amomio.
En otros tantos próximos cien días, costará, paulatinamente, encontrar, en el peronismo reversible, kirchneristas asumidos. Podrán escasear, incluso, hasta los Radicales Kash. O los beneficiados que acepten haber sido colaboracionistas del kirchnerismo. Un sarpullido político que, invariablemente, se desvanece. Ante el desabastecimiento de ideas, ahora sí, melancólicamente generalizado.
C.M.
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