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Iribarne vs. Ratzinger

OSTIAS DE MADERA (I): "¿El Vaticano? ¿Cuántas divisiones?" José Stalin

Oberdan Rocamora - 14 de marzo 2008

Artículos Nacionales

Iribarne vs. Ratzingerescribe Oberdán Rocamora

El 19 de marzo es para celebrarlo. Con despliegue de sombreros, explosión de cohetes y soltada de palomas. El miércoles 19 se conmemoran los primeros 90 días del desafortunado pedido del placet. Al Estado revolucionario del Vaticano. Para el embajador Alberto Iribarne, alias El Polifuncionario.
A los efectos de atenuar la pronunciada tendencia hacia el papelón, la Cancillería debería retirar, hoy mismo, la solicitud. Como si se anulara el delivery de la pizzería del barrio.
Salvo que, en las misericordiosas esferas del kirchnerismo, disfruten, con minuciosa delectación, con explicable perversidad, el bochorno eventual al que es sometido el «compañero» Iribarne.
Consecuencias, según Gargantas, de reyertas domésticas del peronismo, en la monótona versión metropolitana.

Conste que Iribarne, el Polifuncionario, es de los escasos cuadros sensatos que exhibe la insensatez generalizada del kirchnerismo.
Misterios del gobierno corrupto, pero conformado por funcionarios mayoritariamente decentes.
Esquema rígido, pero bartolero. Donde el jefe máximo se reserva el placer de degradar a cualquier elemento que contenga amenazas de brillo propio. Es el caso, sin ir más lejos, de Bielsa. O que estimule proyecciones y deslizamientos inquietantemente personales. Como Ginés. De la peripecia de ambos referentes, con sus antagonismos y paralelos, versará un próximo despacho. O que no pertenezca al primer cordón del kirchnerismo, y sea peronista. Como Iribarne. Su turno.

Presión malvinera

Antes de enfrentarse, en Primera A, con Benedicto Ratzinger, El Polifuncionario solía dirimir desventajosas confrontaciones clásicas, de la Primera B. Contra Fray Padró.
Iribarne forma parte del presentable inventario peronista de la capital. Pero con la actualidad diplomática, debió interrumpir, a través del escándalo involuntario, su principal atributo. El culto, casi obsesivo, del perfil bajo.
A esta altura, si El Polifuncionario es aceptado como embajador, es porque el Vaticano volcó.
Por lo tanto, si la Argentina triunfa, con la desangelada presión malvinera de su apuesta, en los salones del purpurado Iribarne contendrá mayor visibilidad que Monseñor Bertone. Más influencias que el emblemático embajador Cacho Caselli, alias El Obispo. Un inquietante diplomático «artículo quinto».
Con la intensidad de las virtudes persuasivas, Caselli se las ingeniaba para conseguir solemnes condecoraciones para cualquier ministro.
Gracias al Cacho Caselli, la mayor parte de los ministros superiores del menemismo hoy pueden exhibir sus fotografías sonrientes, junto a Juan Pablo Segundo. Cuando les colgaban bijouteríes memorables.
Por la efectividad presumible de su estilo, Caselli logró la máxima proeza, improbablemente superable por Iribarne. Que el Presidente Menem oficiara una misa conmovedora. En la capilla argentina de Roma. Con el Papa Wojtila, modestamente, a su lado. Cabe consignar que Wojtila no desentonó. Y que ni siquiera le quitó, a aquel Menem, el protagonismo.

Trascendencia del divorcio

Gracias a Los Kirchner, en la dilatada trayectoria del Polifuncionario, lo más trascendente fue su divorcio.
La separación -sostiene el filósofo Kovadloff- suele ser una intransferiblemente profunda situación límite. Emotivamente vital. Sin embargo, merced a la diplomacia kirchnerista, el divorcio supera, en intensidad, a la decisión de encarar la cotidianeidad del matrimonio. O a la confirmación de la paternidad.
El divorcio signó la posteridad del Polifuncionario. La racional ruptura con la señora Inés Urdapilleta, alias El Dragón. Trátase de una cultísima «diputada de la ciudad», como hoy se denomina a los concejales.
Dama digna que no aparenta, según nuestras fuentes, encontrarse especialmente desolada por aquella separación con El Polifuncionario. Quien hoy se encuentra diplomáticamente trabado, por el castigo de haber dejado de ser su conyugue.
Según confirma Medea Lobótrico-Powell, convivir con un Dragón se convierte en una aventura titánica. Pero apartarse de un Dragón suele provocar, en general, desventuras inagotables.

La apertura trivial de caminos, entre la señora Urdapilleta, El Dragón, e Iribarne, El Polifuncionario, se transformó, con el tiempo, en el elemento fundamental de una estratégicamente demencial hipótesis de conflicto. La que Kirchner mantiene, valientemente, con la Iglesia.
Resulta insuficiente, hasta hoy, la obcecación de Kirchner por digitar, en principio, a los monseñores. Por tomarlos (a los monseñores) como si fueran meros congresales del peronismo corporativo. Los bendecidos por Fray Mazzón. Y por la sospecha, bastante fundamentada, que El Cardenal Bergoglio suele comportarse como un discípulo de Alejandro Álvarez, alias El Gallego, el numen admirable de Guardia de Hierro. Y porque emerge (el compañero Bergoglio), como el Jefe de la oposición. El más certero, espiritualmente temible.

Por lo tanto Kirchner podría atreverse a parafrasear a un antecedente menor.
«El Vaticano. ¿Cuántas divisiones?», preguntó Stalin.
«El Vaticano, ¿Qué Caja maneja?», puede preguntar Kirchner.
«¿Habrá lugar en el Vaticano para que entren miles de maquinitas de Cristóbal?».

Triángulo de las Bermudas

Diputado, Viceministro, Ministro, Secretario de Seguridad.
Cargos de rigurosa elevación moral. El Polifuncionario fue, por si no bastara, un discípulo aventajado de Fray Gostanián, en la titularidad de la Casa de la Moneda. Mantuvo, además, un porte menos altivo que Bielsa, en la Sigen. En pasable convivencia laboral con la señora Alessandra Minicchelli de De Vido, cuando asumía la responsabilidad conyugal de auditar a su marido.
El perfil bajo le permitió, a Iribarne, deslizarse por los multiplicados espacios. Circular sin ser reconocido. Hasta en los peores momentos, podía leer el diario sin inconvenientes, en cualquier café. Caminar por la playa, de la mano de la nueva esposa. O ingresar a una bailanta. Podía exhibir, en definitiva, la proeza incomparable de pasar gloriosamente inadvertido. A pesar del protagonismo adquirido durante el Triángulo de las Bermudas, que se tragó a tantos audaces invalorables, obsesivos por su crecimiento.
Las presidencias de Menem, de Duhalde, y de Kirchner.

Ostias de madera

El traspaso presidencial fue una ceremonia de entrecasa. Ofreció modificaciones cosméticas.
La salida de Iribarne, de Justicia, permitió la llegada de Randazzo, alias El Killer, hacia Interior. Con el correspondiente enroque del Aníbal, desde Interior hacia Justicia. Aunque llevándose doblada, bajo el brazo, como si fuera un diario, a la sustancial policía.
La fotográfica designación de Lousteau, en Economía, se complementa con la humillación del desplazamiento de Ginés. Suplantado, cruelmente, por su adversaria principal. La señora Ocaña hoy desarticula lo articulado por Ginés, y lo persigue, según Gargantas, administrativamente, hasta acosarlo. Despacho pendiente.

Para «pagarle» vulgarmente a Iribarne, le pusieron, en la boca, la ostia de madera de la Sigen. Para el fiel doctor Vitobello, una expansión militante de su cuerpo. Para culminar el «pago», la señora Cristina, Presidente Delegada, con el consentimiento del marido, Presidente Real, le ofreció al Polifuncionario otra ostia de madera. Una misión de riesgo. La turbulenta embajada en el Vaticano. Sin embargo Iribarne, según nuestras fuentes, le advirtió:
– Pero mirá, Cristina, que estoy divorciado.

Ética de Luisito

En adelante, es el turno del desastroso bartolerismo diplomático.
El litigio Iribarne-Benedicto bate los records sublimes del ridículo. El que ostentaba el litigio Baseotto-Ginés.
En cuanto trascendió la rebelde reticencia vaticana para aceptar al pecaminoso embajador Iribarne, la Cancillería, en su afán por intensificar la seguidilla de los papelones seriales, optó, para colmo, por la ineficacia desesperada de la Diplomacia Botona. Entonces boconearon que había, acreditados ante el Vaticano, tres o cuatro embajadores que también estaban divorciados. Citaron, en el fervor delacionista, a los países involucrados. Con divorciados permitidos.
Para concluir el despacho, que hará sonreír durante el fin de semana, debe evocarse la ética de Luisito.
Luisito intentó seducir a una dama disipada, de cierta cuadra tramposa de Sarandí.
Pero Luisito -pobre- no tuvo suerte. Siguió a la dama disipada por la calle Paunero. Pero rebotó.
«¿Por qué con el Turco sí y conmigo no?», le reprochó entonces Luisito, explicablemente desairado, a la dama.
Desconocía Luisito que su reacción iba a convertirse en antecedente invalorable para interpretar una clave del conflicto estratégico con el Vaticano.
«A mi me decís que no, ¿por qué?, si todos saben que al Turco y al Panadero les dijiste que sí», insistía Luisito, en su avance implacable, por Paunero y Villegas. Mientras tanto, la dama, particularmente ofendida, se perdía por el pasillo largo que conducía hacia su domicilio.

Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital

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