Autocelebración (I)
Edición de pascua: Reedita Planeta, en Booket, siete novelas de Jorge Asís.
El Asís cultural
Improbablemente nunca lo consigne un suplemento, pero la aparición conjunta de siete novelas de Jorge Asís, en ediciones populares de bolsillo, y con el marco del raquitismo expresivo que exhibe la literatura argentina contemporánea, constituye un acontecimiento de excelencia. Lo es, al menos, para los redactores permanentes del Portal. Y para el pleno, multidisciplinario y activo, de la Consultora Oximoron.
Un acontecimiento que legitimó la programación de un almuerzo de trabajo, que derivó en homenaje sorpresivo al Director. A instancias, por supuesto, de Carolina Mantegari, editora responsable del «Asís Cultural». Transcurrió en el restaurant del Hotel Caesar Park. Llamado, por los iniciados, la «Unidad Básica». Iniciamos aquí la primera parte de la lícita Autocelebración, que se mantendrá en portada durante los días del recogimiento navideño.
Buenas Pascuas.
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Jorge Asís.- Les agradezco, colegas. Excesivos amigos. En especial a Carolina, que ideó la gratitud de esta reunión. Íntimamente cumbre. La acepto conmovido, pero con la condición que no se trate el litigio de mi situación personal, en el «contexto literario argentino». El dilema del rechazo, en medio de la desertificación conceptual. Temática que me harta.
Percibo que mi obra, paulatinamente, se reedita. A pesar, o como consecuencia, de la multiplicidad de trabas, se renuevan los lectores. Conservo, aún, un segmento apreciable de los lectores fieles, que me siguen desde 1971, con «La manifestación». Pero siento, de repente, que se me reproducen, misteriosamente, los lectores nuevos. Intuyo, para provocar, que comienzan a leerme los hijos de aquellos que prejuiciosamente me silenciaron, por una conjunción de motivos. Descubren, acaso, que soy menos pernicioso que sus mayores. Y que mi literatura, en definitiva, dista de participar de las ontológicas naderías que suelen glorificarse. En exaltaciones sin credibilidad, que no alcanzan a persuadir a la frialdad del mercado. Que les responde, en general, con la justa indiferencia de los números.
Por lo tanto entiendo que Carolina, en el tramo iniciático de su epopeya intelectual, se movilice, hasta la inquietud, por la súbita aparición de siete libros míos. Conste que un solo libro representa un acontecimiento en la vida de cualquiera que se obstine en la aventura de leerlo. Comprendo entonces la perplejidad de Carolina cuando supone, bastante cerca de lo cierto, que casi no les doy importancia a la salida de mis viejos libros nuevos. Que ya no los recorro. O tal vez, ni siquiera, los abro. Sobre todo creo percibir su estupor cuando, aunque no me lo reproche, me encuentra más entusiasmado por cualquier cotidiana edición del Portal, que por cuestiones de la egregia literatura.
No es que desmerezca mi obra, al contrario. Ella es infinitamente más rescatable que mi persona. La valoro lo suficiente como para independizarla de mi control. Lo único que puedo hacer, por mi obra, hoy, amigos, es perturbarla lo menos posible. Por la dinámica del personaje que diseñé con mi historia, debí sabotearla. Atenté bastante contra ella. Nos perjudicamos los dos. Pero no me arrepiento.
Carolina Mantegari.- La influencia y cercanía del autor condiciona, en exceso, la lectura de la obra. Es su caso, Asís, que irracionalmente nos impide analizar. Que adquiere, en el panorama doméstico, ribetes patológicos. Me tienta a tratarlos, pero debo respetar los tiempos de su fastidio. Al menos, en su presencia. Me cohíbe.
Prefiero detenerme en la irrupción de las siete novelas que presenta Editorial Planeta, para la Colección Booket. Tres de las novelas reeditadas podremos calificarlas, sin precipitaciones, como clásicas. Me abstengo de emitir juicios de valor. Son demasiado conocidas.
En principio, «Los reventados», publicada en 1974, por Ediciones de Crisis. Salió cuatro años antes que yo naciera. Novela setentista, con el marco atormentado del retorno del peronismo. Pertenece a la instancia en que el autor se obstinaba en presentarse como un «intelectual digno». De izquierda. Visión que contrastaba con su escepticismo estructural.
Después, la más conocida, «Flores robadas en los jardines de Quilmes», de 1980. Alcancé a leerla a instancias de mi madre. Cuando ni siquiera imaginaba que iba a trabajar con usted.
Con menor magnitud de reconocimiento que las anteriores, la tercer novela emblemática es, a mi criterio, «Carne Picada», de 1981.
Perfecto, pero prefiero rescatar la aparición de las otras cuatro novelas. Las que son, en general, desconocidas. Irrumpen, como si se publicaran por primera vez. En su momento, agotaron rápidamente sus ediciones mientras pasaron paradójicamente inadvertidas. En virtud de la situación de conflicto que arrastra, y que se obstina en no analizar.
Tres novelas son de los años ochenta. Sólo una es originaria de los noventa. Desconocía, por ejemplo, la existencia de «Cazadores de Canguros», aparecida en 1983. O el desgarrador «Cuaderno del acostado», de 1988, que leí de un tirón. O «El cineasta y la partera», de 1989, que aún no comencé y se encuentra en lista de espera. Tampoco pude encontrar, en mis indagaciones, la menor información crítica sobre «Sandra, la trapera», que es de 1996.
J.A.- Le suplico, Carolina, que no busque informaciones críticas sobre esos cuatro libros. Casi no existen. Haga de cuenta que salen, de verdad, por primera vez.
«Cazadores de Canguros» fue editada con el título «Canguros». Remite a la apasionante picaresca de la venta domiciliaria. Es la tercera novela de la trilogía, que fue iniciada con «Flores», la novela de mayor repercusión. Y seguida por «Carne». Hubo, como intervalo, un insert, «La calle de los caballos muertos», de 1982. Pero prefiero no confundirla.
«Canguros» apareció en octubre de 1983, por Legasa. Conste que la fecha coincide con el retorno de la democracia, y con el triunfo de Alfonsín. Un error mío fue haberla publicado en el inicio de la declinación personal, la que después iba a profundizarse. Pero quería finalizar la trilogía antes del advenimiento de la democracia. A los efectos de clausurar mi obra producida durante el Proceso Militar.
El «Cuaderno del acostado», el que usted califica de «desgarrador», no puedo siquiera recordarlo, sin cargarme de vigor. Alude a la etapa melancólica de «escritor declarado innecesario», en el marco colectivamente participativo que impulsaba el alfonsinismo. Fue después de haber publicado, con Sudamericana, aquel pecaminoso «Diario de la Argentina», en 1984. Novela que legitimaba la cotidianeidad de la proscripción. Aunque generada, en realidad, por cuestionamientos anteriores que no me obligue a evocar. Diario es una novela que, en adelante, sólo podré reeditar yo.
Oberdán Rocamora.- Sea más riguroso, Jefe. Porque El «Diario de la Argentina», quien se la reeditó, fui yo. Acuérdese, como «Oberdán Rocamora editor». Para bancarlo a usted casi me fundo también en la industria editorial. Fue en el 2000, cuando volvió de ser embajador en Lisboa. Cuando no podía admitir, después de diez años de Europa, que su descolocamiento cultural se mantuviera inalterable.
Se me ocurre -y con esto termino- que la única manera de acabar con su aureola de escritor atractivamente maldito, la que le permite agotar reediciones, y recibir insistentes investigadores, consiste en tratarlo, apenas, como a un escritor normal. Si dejan de proscribirlo, usted, le aseguro, pierde. El día que lo vea dignamente amontonado entre los escritores presentables, literariamente correctos, a usted lo garcan. No lo van a reeditar más. Ni siquiera el «Oberdán Rocamora editor». Y costará encontrar algún investigador, irreparablemente extranjero, que intente indagar sobre la dilatación del enigma.
Desgrabación de Carolina Mantegari
Continuará
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(En Autocelebración II el autor habla de «El cineasta y la partera», y de «Sandra, la trapera», y se desliza en otras provocaciones) C.M.
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