Intromisión humanitaria
La "causa justa" de Ingrid Betancourt enmarcó la transferencia del poder conyugal.
Artículos Nacionales
por Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital
La movilización sensible deriva, al fin y al cabo, en una frontal intromisión.
Es a los efectos humanitarios, pero una injerencia al fin. Promover, con tanto énfasis, la liberación de la señora Ingrid Betancourt. Una causa instrumentada, desde Buenos Aires, por el Primer Ministro de Francia, François Fillon. Por encargo de su presidente, Nicolás Sarkozy.
Semejante empeño, contagiosamente conmovedor, de discutible eficacia geopolítica, logró cautivar, incluso, hasta a los Kirchner. Y proporcionarles, en simultáneo, una ostensible atención internacional. Para la notable ceremonia que generaban los argentinos. Con rescatables ribetes de pintoresquismo democrático. La insólita transferencia del mando, entre cónyuges. Corolario prescindible del melodrama triunfal. Del país estructurado, en el fondo, para producir otra miniserie.
En efecto, el acontecimiento doméstico, brindado por el inagotable poder local, hubiera merecido, en otro momento histórico, algún recuadro. Una sugestiva crónica de color. Sin embargo, la transferencia matrimonial, con la presencia asegurada de la mayoría de los presidentes del vecindario, deparaba una oportunidad para el amontonamiento. Sarkozy, por intermediación de la diplomacia, no podía desperdiciarla.
De manera que la «causa justa» de la señora Betancourt fue la razón principal del desplazamiento, del Primer Ministro, M. Fillon, hacia la Argentina.
Una motivación superior, por ejemplo, que la de haber logrado el sublime negocio del Tren Bala. Para la Alstom, una de las peores empresas de Francia. Deficitaria, como una mala cocotte. Refundida hasta el paroxismo, y siempre subsidiada.
Las cruzadas
Al componerse la impertinencia del presente despacho, M. Fillon debe suponer, mientras regresa, haber alineado, para la grandeza de su cruzada ética, a los presidentes que participaron, en Buenos Aires, del desgarrador episodio matrimonial.
Pero antes de regresar, M. Fillon debía mantener, según nuestras fuentes, en la noche de ayer, un reservado encuentro bilateral, con Chávez. Es el otro mediador. El hipersensible humanista que supo lucirse, con los arrebatos de la misma causa, en el esternón de París.
Fue diez días atrás, cuando Chávez volvía de participar en las deliberaciones de otra cruzada un tanto menos noble. Como la cumbre petrolera de Arabia Saudita. Y de las conciliaciones de otra visita fugaz, a otro hombre fuerte que atraviesa, en Irán, su personal declinación política. Ahmadinejad, otro adalid, como Chávez, de la paz universal.
Para Sarkozy, lograr la libertad de la señora Betancourt representa una reparación de índole nacional. Es un tema, a esta altura, de política interior.
De cultura francesa, la señora Betancourt, precandidata a la presidencia de Colombia, desde hace cinco años se encuentra secuestrada por las extorsivas FARC. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. La antigua guerrilla la mantiene, a la señora Betancourt, en la condición de rehén más presentable. Facilitadora de las más ambiciosas concesiones que se le reclama al enemigo. El Estado de Colombia.
La cuestión Betancourt derivó en una situación límite.
Un emblema que renueva, hasta legitimarla, la discusión relativa al derecho a la injerencia. El punto, acaso más sensiblemente conflictivo, de la agenda multilateral.
Injerencia / ingerencia
La injerencia, con j o con g, consiste, en definitiva, en la habilitación internacional, de cualquier Estado, para entrometerse.
Para husmear entre el manejo de los trapos sucios, recatadamente íntimos, de otros Estados.
En el Caso Betancourt, moviliza el manto ético de la solidaridad humanitaria. El valor que complementa el circuito frontal de la extorsión. Implementado, exitosamente, por la guerrilla.
La organización que se digna ofrecer, a su rehén principal, en el mercado, siempre redituable, de la ausencia.
En la práctica, a través de la instalación del dolor que genera el secuestro, la comunidad internacional, animada por Francia y Venezuela, y con adeptos de pronunciamiento precoz -como los Kirchner-, se entromete en la estrategia de Colombia.
O lo que es lo mismo, del presidente Uribe. Quien porta el virus, extrañamente diferenciador, de ser aliado principal de los Estados Unidos. O de Bush, que atraviesa su propia decadencia.
Acercamiento que es patéticamente terrible entre el inflamado etnicismo, que caracteriza la alborotada actualidad de la América del Sur.
Entonces Uribe no logra controlar las claves del litigio, abiertamente frontal, que mantiene con los secuestradores. Los enemigos se sirven hoy de otros presidentes. Para presionarlo.
En realidad, el conflicto armado supera, en Colombia, con las características de su complejidad, la angustiosa situación personal de la señora Betancourt. Y de su castigada familia, que, por su firme objetivo, no vacila en criticar a Uribe, justamente en los países del vecindario. Y expresar, asimismo, el beneplácito por la intermediación de Chávez.
«Es el único que puede conseguir algo», suele decir su marido, en las emisiones televisivas. O tal vez su acongojada madre, ante los conmovidos periodistas locales que sacan, de inmediato, conveniente chapa de humanistas.
Ocurre que Chávez, como explican los parientes, es muy respetado, sobre todo por los atributos de su moralidad. Por los secuestradores de Ingrid. Los que sólo podrían enternecerse a través de su intermediación providencial.
Secesión
Lo que está en juego, para Colombia y Uribe, es la relación con el enemigo secesionista.
Las FARC se las ingeniaron para sensibilizar, en contra de Uribe, al conglomerado de los distraídos que conforman la opinión pública internacional.
Conste que las FARC, la guerrilla liderada por sexagenarios, reconoce la existencia de una virtual secesión territorial. País diseccionado, Colombia se encuentra multiplicado de entrecruzamientos y complejidades. Abandonado a la tristeza de la incomprensión, a la ferocidad del desconocimiento. Diezmado por la virulencia de los grupos paramilitares. Y por los segmentos transversales del narcotráfico que contaminan, de manera creciente, a gran parte de su sociedad.
La fracción territorial, donde impera Marulanda, el líder histórico de las FARC, mantiene un formidable capital de inversión de riesgo. 44 rehenes.
Un material que consagra, en el fondo, la ejemplaridad de la extorsión política. Como medio de consolidación y crecimiento.
Por lo tanto, los sensibilizados estadistas del vecindario, pueden tranquilamente anexarse, con facilidad, a la «causa justa», por la liberación de Betancourt. Pueden colmarse del beneplácito de la ética. Mientras tanto se atenúa, en el primer plano, el propósito de la simultánea liberación, pero en carácter de trueque, de los 500 guerrilleros presos.
Ellos, son los 500 héroes, o los mártires, los que volverían, a más tardar al día siguiente, a luchar, otra vez, contra los intereses del estado colombiano. En nombre de los objetivos emancipadores de una organización armada, anquilosada y añeja. Pero que se siente, de pronto, históricamente reivindicada. Paradójicamente identificada, con las posturas de Chávez. El mandatario del país vecino, que revoluciona el continente a partir del turbulento bolivarianismo. Con la potencia, ideológicamente esclarecedora, del arsenal de su billetera.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsísDigital
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Doble setentismo
La señora va también por los excesos de la Guerra de la Triple Alianza.
Los presidentes del vecindario sirvieron para emocionarse con la gestación del Banco del Sur. Para celebrar la etnicidad del Evo. Para endulzarlo a Lula. Oxigenar a un Chávez que llegaba vencido.
(A Tabaré, como estaba ausente, no se lo pudo amonestar).
La circunstancia del Banco indujo, a la señora Cristina, a deslizarse a través del desborde de su inquietante oralidad.
Por pudor, o por desinformación, el desborde resultó casi inadvertido para la prensa internacional. Y para no herir la susceptibilidad de La Nación, no lo trató la prensa local.
Fueron palabras, supuestamente laudatorias, las que la señora Cristina dirigió hacia su colega paraguayo, Nicanor Duarte Frutos.
Salpicaron, las palabras, al indemne Lula. Un estadista que pertenece al Brasil menos preocupado, que los argentinos, por los altibajos, desencuentros y excesos que arrastra la historia.
Las palabras instalaron, en el escenario, la pasión doblemente setentista de la señora.
Porque, no conforme con el manoseo setentista de las desmesuras del siglo veinte, la señora Cristina decidió emprenderla, también, contra el setentismo del siglo diecinueve.
Porque se refirió a la masacre del pueblo paraguayo. Registrado en la llamada Guerra de la Triple Alianza. De cuando el mariscal Francisco Solano López, al que ella calificó de héroe, condujo, irresponsablemente, a su admirable país, en pleno proceso erróneo de expansión, hacia una guerra, alocadamente simultánea. En contra de Brasil, de la Argentina (que pretendía, como siempre, ser neutral). Y, sobre todo, con el Uruguay.
Una Guerra, la de la Triple Alianza, que nos tienda a lanzar conceptos similarmente fáciles. Preferible reservarlos para un próximo despacho, que ojalá nunca ocurra.
Una guerra que fue motivada, en su aspecto más anecdótico, por una clásica interna de los uruguayos. Entre Blancos y Colorados. Sin embargo la Argentina, que ya se aferraba al virus de la neutralidad, debió entrometerse en el asunto, apenas, por no dejarlos pasar. A los paraguayos, por su territorio. Por Corrientes, precisamente, y para masacrar a los uruguayos.
La circunstancia setentista, en el diecinueve, para la Argentina, alude a su relativa pasión por la neutralidad. Postura que derivaría, en contiendas más serias del siglo veinte, en una clave. Ideal para profundizar, en el casino de la geopolítica, la sistemática declinación nacional. Un deporte intelectual que fascina, cada vez, a menos interesados en debatirlo. El esclarecimiento de la declinación. Tema de seminario.
La pendiente, en cuesta abajo, demasiado pronunciada. Que culmina, transitoriamente, en la desertificación dirigencial de la actualidad. La que gesta gobernantes, como los de referencia, que se legitiman por la insustancialidad de los opositores.
O.A.D.
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