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Delacionismo

Una epidemia que se propaga entre determinados peronistas.

Jorge Asis - 3 de diciembre 2007

Cartas al Tío Plinio

DelacionismoTío Plinio querido,

La tendencia indeclinable hacia la delación prosigue su escalada descendente.
El delacionismo es una epidemia que prende, asombrosamente, entre determinados peronistas.
Seres noblemente capacitados, en general, para digerir la picardía marginal de los ladrones.
Y para rechazar, admirablemente, por la vigencia de códigos tácitos, la tristeza cultural de los delatores.

En la actualidad, el delacionismo de referencia suele nuclearse, tío Plinio querido, alrededor de los seguidores del artista plástico más irreconocido. Oriundo del Estado Libre Asociado de San Luís.
Tierra de los Rodríguez Saa. Alias, para la hinchada, los Barros Schelotto.

Como objetivo delatado, emerge el «compañero» Ramón Ruíz.
Más conocido, entre los cuantiosos atorrantes, por la agresividad de su calvicie, como el Natalio Pescia del peronismo. Fue electo, el 28 de octubre, diputado nacional. Por los servicios prestados.
Trátase del Interventor Judicial del Partido Justicialista. Fue designado por la jueza, con competencia electoral, Servini de Cubría.
Trátase de la señora María. Una dama que atiende cinco mil expedientes. Pero que se siente excedida por su rol involuntario de conductora del Movimiento Nacional Justicialista.
Y de la superstición del instrumento electoral, el Partido homónimo. Del Justicialismo que sólo puede mantenerse desde los Tribunales. Institucionalmente, en estado vegetal.

Escraches

Con distancias condenables, por el básico sentido del buen gusto, los escrachadores vocacionales suelen escrachar, con firme coherencia, al Pelado Ruíz.
Lo degradan, en la calificación acusatoria, como «agente de la Side».
Instalan, los valientes cruzados, desde los medios, hasta el apellido «trucho». El que suelen utilizar, para protección de su identidad, los agentes de aquella inofensiva repartición. La Side. Hoy SI.
Consiste en la conservación de la primera sílaba del apellido real.
La divulgación del apellido, tanto del real como del tergiversado, debiera ser considerada, al menos, una violación de la ley que protege a los espías literarios.
De todos modos, el máximo Barros Schelotto, como quien fuera su enternecedor compañero de fórmula, más habituado a los rigores de la «tendencia indeclinable», insisten en comunicar que el apellido de Ruiz, el «trucho», es Ruffini.
Para colmo, en la última emisión del Profesor Grondona, la del 26, un aurotizado representante del barroschelotismo, como el diputado Lusquiños, transgredió, de nuevo, las fronteras. Y volvió a referirse a ambos. A Ruffini y a Ruiz.
En la adolescencia argumental, el barroschelottista se aventuró en la monotonía del escrache. Aunque estuviera, a su lado, el diputado Álvarez.
Aquel Álvarez que fuera, a su vez, víctima del escrache escandalosamente anterior. Por haber sido Alzaga.

Alzaga y Ruffini

El sistema delatorio, el que condenó a Alzaga, difiere, tío Plinio querido, del sistema delatorio que condena, hoy, a Ruffini.
Alzaga, en su oportunidad, fue escrachado a través de una delación instrumentada desde la Secretaría de Estado de Página 12.
Por entonces, el oficialismo fundamentalista se encontraba interesado en aniquilarlo a Alzaga. Pero por haberse convertido en Álvarez. En un estimable cuadro del peronismo que supo evolucionar, por su propia dinámica, hasta alcanzar la dimensión de Ministro. Infinitamente alejado de aquel rebusque mensual, obtenido, gracias a un suegro, treinta años atrás.
Desde la Secretaría de Estado de Página 12, a Álvarez-Alzaga se lo delataba por haberse convertido en un inquietante opositor.
A Ruffini, en cambio, se lo delata desde el infantilismo de la oposición. Por haberse convertido en Ruiz. Un instrumento que eficazmente sirve, desde la Intervención, a los intereses del gobierno.
Sin selectividades para el cívico vicio de la delación, el Portal sólo intenta advertir, a sus decenas de miles de visitantes, sobre las consecuencias malignas de la proliferación de semejante epidemia.
Que enturbia, ante todo, la interpretación del fenómeno transformador de identidades.

Artículo Quinto

Con mayor intensidad que en otras décadas, en los degradados noventa surgió, tío Plinio querido, un nutrido contingente de peronistas, repentinamente apasionados por contribuir con la diplomacia.
Aquellos émulos de Alberdi, pretendían anexarse en destinos, sobre todo presentables, del «mundo ancho y ajeno». Como lo llamaba, al mundo, Ciro Alegría.
Para tantos entusiastas, de pronto fascinados por la idea de mojar las medialunas en la diplomacia, no había suficientes tazas de café con leche.
Con los embajadores políticos, bastaba. Los denominados, para algarabía de Luisito Majul, los Artículo Quinto. Con tanta diplomacia «invitada», se agotaban las arcas presupuestarias de la cancillería.
Sin embargo, prosperaban los aspirantes que debían partir. En general recomendados por baluartes de la política, a veces interesados en sacárselos de encima.
Entonces, había que conseguirles un lugar. Sí o sí. Para desconsuelo del vicecanciller Cisneros. A pesar del fastidio hegemónico de los formales inquilinos de La Casa. Diplomáticos de carrera, que tomaban, como invasores, a la caravana innumerable de los Artículo Quinto. Los canallas que se burlaban, saludablemente, de los infatuados.

La solución, tío Plinio querido, consistía en enviarlos, a los agregados que se agregaban, con un rango diplomático menor, pero trucho.
Con los salarios abonados desde la bolsa, selectivamente generosa, de la Side.
Por lo tanto Ruiz, como Agregado de Turismo, fue, tan solo, otro miembro más de la formidable constelación de peronistas que ocuparon planos intermedios de algunas embajadas.
Reportó, como «consejero», en España.
Hay que admitir que Ruiz, acaso con la sustancial colaboración de Ruffini, supo caracterizarse por exhibir una notable calidad de contactos. De la que carecían, en ocasiones, los profesionales de la diplomacia.

Rotas cadenas

De extenderse la nefasta epidemia delacionista, algún delator podría tentarse. Y escrachar a los otros «compañeros». Los que partieron, en situación similar, merced a la bolsa de la Side.
Por su propia dinámica, hubo espías transitorios que evolucionaron. Hasta alcanzar posiciones de mayor privilegio, que la precaria condición de Interventor del partido inexistente.
Embajadores, varios. Ministros. Responsables gubernamentales de territorios con presupuestos gravitantes. Y con las ambiciones, aún, intactas.
De no frenarse, la epidemia delacionista podría degenerar, tío Plinio querido, en una patología autodestructiva.
Sobre todo si se continua con la sucesión de los escraches a canilla libre. Podría ensombrecerse el prestigio de detectados seres honorables, de especializaciones múltiples.
Eslabones que componían las Cadenas de la Felicidad, que se reproducían. Y que fueran, fatídicamente, cortadas, durante aquel advenimiento, inconcientemente depurador, de la Alianza. Aunque después, al menos en el ámbito legislativo, los amateurs decidieron renovarlas. Mediante la puesta al día de cierta retroactividad, que significó el principio. Pero de otro fin.
Tema, tío Plinio querido, de otra carta. Que nunca se le va a escribir.

Dígale a tía Edelma que se le reenvía, en correo aparte, una nota de Kreo-Astrología. Sobre la «Luna Menguante, materia y energía». Para que experimenten, juntas, la tía Edelma y la Otilia, con «la Espiral del tiempo». Ella va a entender.

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