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Idus de marzo

Retaguardias rotas (III): Por la Tercera Posición. Ni Cesarismo Conyugal ni Coalición Rivotril.

Jorge Asis - 6 de noviembre 2007

Cartas al Tío Plinio

Idus de marzoTío Plinio querido:

Con parsimoniosa lentitud, las retaguardias rotas comienzan a cicatrizar.
Pasa, de a poco, el desgarrador alivio del ultraje electoral.
Para la desmantelada legión de opositores sofocados, debiera encararse, en adelante, la recursiva política del pantalón corto.
Hay que preparar las hojotas ideológicas. Armarse del bronceador estratégico. De la sillita de playa y del libro conspirativo. A los efectos tácticos de esperar, sobriamente pertrechados, durante el verano, los idus de marzo.
El título, «los idus de marzo», alude a la novela, editada en 1948, del wisconsiniano Thornton Wilder.
Trata del asesinato anunciado de Julio Cesar. Ocurrido durante aquellos idus. 46 años antes del nacimiento de Cristo.
Gaius Iulius Caesar, para la historia Julio Cesar, era un tanito magistral. El relevante romano en que se inspiró, sin ir más lejos, la vigente teoría política del cesarismo.
El diccionario lo define:
«Trátase de un sistema de gobierno, el cesarismo, que congrega la suma de los poderes públicos en una sola persona. La cual designa sucesor».
Según Gramsci, otro italiano superior, tan mal leído en la comarca, deben destacarse las categorías del cesarismo progresivo, y del cesarismo regresivo.
Categorías conceptuales, ampliamente superadas en la Argentina. Con la irrupción, espantosamente innovadora, del cesarismo conyugal.

Espurina

Puede percibirse entonces que «la suma de los poderes públicos», las que menciona el diccionario, se discutieron en el retiro de Calafate. En la íntima cotidianeidad del matrimonio.
Entre el Cesarista Regresivo y la Sucesora Designada.
Ambos césares saben que cuentan, por lícito democratismo, con el recreo de la gracia concebida. El período oportunamente otorgado, y difundido, por la línea del Portal.
90 días, de ser posible, de anunciada mansedumbre en la crítica. Con la propina inmerecida de la transición. Hasta los idus de marzo. Sin que deba temerse, necesariamente, por un epílogo inspirado en el Julio Cesar. Por el vaticinio sombrío de Espurina.
Espurina era un adivino, un «invidente» que a Tía Edelma, cuando se le cuente con detalles, le va a fascinar. Al extremo de iniciarse en el espurinismo.

De manera que nuestros césares conyugales pueden decidir, en el solemne desorden de la cama, la composición del gabinete. Ansiosos, afuera, abstenerse.
Diseñar los presumibles códigos de «renovación de la permanencia».
Deben analizar, los cónyuges, con las tostadas del desayuno, las aperturas o clausuras de la agenda exterior. El abandono paulatino del aislacionismo espiritual. El alza previsible de las tasas. El aumento selectivo de los servicios. Especialmente deben disponer la legítima compra del nuevo avión. Después de haber exitosamente instalado, con programada inteligencia, la divulgación de los desperfectos que pueden ser fatales. Plantean la calculada necesidad de cambiarlo.
Los idus de marzo llegan, en general, entre el 13 y el 15.
Con los pantalones largos, las retaguardias cicatrizadas. Podrá darse entonces piedra libre a la conjunción de los terribles vaticinios. De los vocacionales Espurinas, que abundan en el siglo veintiuno.
Sin embargo ahora, en noviembre, es conveniente callar. Línea del Portal. Acostumbrarse a la idea de disfrutar de los pantalones cortos. Para proseguir el consejo estético de la señora Carrió. El de irse, no sólo metafóricamente, al mar.
Aunque puede ser, tío Plinio querido, la montaña. En la sensibilidad energizante de Punilla.
Con la evocación sistemática de Espurina. El «invidente» que le dijo al César:
«Guárdate de los idus de marzo».

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Tercera posición

Tío Plinio querido,

La disidencia es un espectro que padece modificaciones nominales.

Para constar en actas, antes del 28 de octubre se discutía, acuérdese, si el segundo lugar le correspondía a Lavagna. Con su duhaldismo profiláctico, presentablemente alfonsinizado.
Se discutía si probablemente le soplaba, aquel segundo lugar, la señora Carrió. A través del civismo de la meritoria Coalición Rivotril.
Con su recatada profilaxis, Lavagna se había autoadjudicado el cetro de campeón moral. En los dilatados meses de anticipación.
Sin embargo la dama, Carrió, venía de perder, con estoicismo, en la metrópoli.
Atada, como una roca, al elusivo dandy Telerman.
Ambos, Carrió y Telerman, perdieron contra un Macri que por entonces avasallaba. Y rompía retaguardias. Venía Macri para tallar, como si fuera el verdadero jefe de la oposición.
Pero Macri es un afable cultor del romanticismo. Una especie de Goethe que había ocasionado, en su biografía, ya suficientes suicidios. Y sin siquiera haber escrito nada similar al Werther de Goethe.
El romántico Macri no quería, al final, oponerse un pepino.
El mentado jefe de la oposición se resistía a oponerse. Aspiraba, apenas, a convivir. Para gobernar. A que el Cesarismo Conyugal, acaso, lo aceptara. Como si fuera un ilusorio par.

Fronteras morales

Por supuesto, inesperadamente, pronto Carrió se recuperó.
Gracias a las consecuencias del video erótico, informativamente aún explotable, de la Tierra del Fuego.
Y gracias al puntual trascendido de una especulativa convocatoria a López Murphy.
Recurso ideal para terminar, en definitiva, tío Plinio querido, con el civismo, inocentemente frontal, del aliado que se comía los amagues.
Y con el agregado del cuento fabuloso de la frontera moral.
El límite moral de Carrió lo representaba Macri. La señora Michetti pasaba, con luz verde. El romántico Macri, no. Luz roja, aunque sea un vocablo «cache».
Una técnica efectiva, la de Carrió, para acabar, transitoriamente, con López Murphy. Y con la colaboración sustancial de los amagues del romántico. Y de las propias limitaciones del sujeto de referencia.

Técnica sigilosamente brillante. Superada, apenas, por los recursos rudimentarios que utilizaron los hermanitos Rodríguez Saa, alias los Barros Schelotto, para terminar con Menem.
En la Argentina actual, Maquiavelo sería un cronista de espectáculos de la señora Canosa.
El recurso consistía en estimularlo a Menem, con ruiditos metálicos de alcancías, para que Menem fuera, a La Rioja, derechito, hacia la derrota.
Para hacerse después, los Barros Schelotto, aunque tardíamente, menemistas.
Baluartes del menemismo tardío. Categoría que merece, tío Plinio querido, otra carta.

Entonces ningún distraído lector de Nelson Castro puede sorprenderse que la señora Carrió le haya soplado, el segundo lugar, a Lavagna. A través de las imposturas arquitectónicas de la mediática Coalición Rivotril.
Junto a la iniciática señora Patricia Bullrich, una saludable novedad. Y con los intelectuales de fuerte penetración popular, dos graves Predicadores de Country, como Kovadlof y Sebrelli.
Téngase en cuenta que la señora Carrió se atrevía a representar el ropaje de la renovación. Y tercerizaba al recato indemne de Lavagna. Para dejarlo, al pobre sabio, con la retaguardia doblemente rota.

Jefaturas

Ya no sólo para constar en actas, después del 28, ni siquiera se discute si el jefe de la oposición es, todavía, Macri.
Aquel romántico, Macri, el joven Werther, desperdició el sitial que la sociedad le entregaba.
Sin siquiera soplar, la señora Carrió se le apoderó del cetro. Instintivamente entonada por la súbita oxigenación del rivotrilismo.
Por prepotencia político-corporal, Carrió se adueña, tío Plinio querido, autoritariamente, como una pichona de Cesar, de la disidencia.
Con astucia, la dama se coloca en el centro del espectro, conocido como oposición. Con una enorme bolsa diversificada.
Y Macri, en la tibieza de la bolsa, ya dejó de representar la frontera moral.

Hacia la Tercera Posición

La resistencia al Cesarismo Conyugal no debiera, tío Plinio querido, convertirse, en lo posible, en un pretexto para acercarse al encantamiento indudable de la Coalición Rivotril.
Tampoco, la reticencia ante la jefatura de Carrió, debiera, tío Plinio querido, instigarnos al pretexto de dispensarle una resignada simpatía, por efecto comparativo, hacia el Cesarismo Conyugal.

Por lo tanto hay que preparar, en el lapso de la política de pantalón corto, hasta la llegada de los idus de marzo, una tercera posición.
Viejo recurso, en definitiva, de los peronistas. Es la línea que se baja, sin atisbos de falsa modestia, desde el Portal.
Ni Cesarismo Conyugal ni Coalición Rivotril.
Sólo resta esperar que se transforme, en triste recuerdo, tío Plinio querido, el dolor. La cicatrización total de la retaguardia.

Dígale a tía Edelma que podrá, muy pronto, lucirse con las milanesas de lentejas. Con el budín tibio de alcauciles. Con la pastafrola de membrillo, con crocantes almendras.

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