Cuentos de campaña
Al regresar de una gira proselitista por el litoral, el director del Portal convocó a la redacción para un almuerzo de trabajo, en Mancini.
Miniseries
Jorge Asís.- Por el kirchnerismo, hoy, sólo apuestan los encuestadores. Ellos son los que se ubican a la vanguardia de la campaña. Y el próximo domingo tratarán de quitar, definitivamente, a todos los opositores del escenario. Con la mera divulgación extorsiva de sus números. Los que garantizan que la señora gana, con placidez, en la primera vuelta. Porque obtiene, consagratoriamente, entre el 47 y el 44 por ciento.
Sin embargo, los números de los encuestadores, encolumnados detrás del inagorable presupuesto del oficialismo, son como los índices increíbles del imaginario del Indec. Pero a la inversa.
Contrastan con los números que aporta, caprichosamente, la realidad. O con los valores rigurosos de la Consultora Oximoron. Que indica, en informe próximo a publicarse, que la señora Cristina marca algo más del 32. Y algo menos, eso sí, del 34. Y que viene, asombrosamente, en picada. Desde antes, inclusive, que necesariamente deba clarificarse si la señora Cristina obtuvo, su ponderado título académico, en la misma universidad de Blumberg. Y de Telerman.
Por lo tanto, para los sudorosos profesionales del Frente Encuestológico de la Victoria, y apenas para constar en actas, sólo resta oficialmente saber quien saldrá segundo. Y nunca, a menos de treinta puntos abajo. Si el honroso subcampeonato se queda para la mutante combinación de la señora Carrió. O para el combo de la esfinge meritoria de Lavagna.
Al estragado López Murphy, en cambio, por sus escoriaciones, ya se lo aparta del pelotón de segundones especiales. De tres opositores reconocidos se pasa, entonces, a dos. Y casi lo amontonan, numéricamente, a López Murphy, con los otros dos postulantes que vienen algo más rezagados. Y que, curiosamente, son los que pueden ofrecer una cierta garantía de gobernabilidad. Me refiero al menemismo tardío de Rodríguez Saa, que Rocamora bautizó como Turismo Aventura. O al combo que integro, y que encabeza Sobisch.
A ambos exponentes del «potrerismo» los emparejan, en materia de cifras, con las distintas ofertas de las vertientes unipersonales de la izquierda. Las que llevan, como mascarones, a Solanas. O a la señora Walsh.
¡Sáquenlos!
Por último, el optimismo oficialista contrasta con los datos que brinda la otra realidad. Lo cual me permite inferir que de ningún modo nos encontramos ante un problema político. El problema es de base, de raigambre cultural. Porque, por donde andemos con Sobisch, ya sea por Paraná o en Santa Fe, o ni hablar por los costados de la capital, la gente que naturalmente se nos acerca es casi para suplicarnos
«¡sáquenlos!».
Por favor sáquenlos, nos dicen. O nos suelen reprochar, con cierta unanimidad, la tradicional «falta de unión de los opositores». Como si la fragmentación fuera una expresión de la voluntad. En fin, es lo previsible. Códigos de interpretación que supo imponer el Frente Analítico de la Victoria. El que prefiere atribuir, para expurgarse, el plausible triunfo de Cristina, a la impotencia de la oposición que no se supo unificar.
Implosión
Oberdán Rocamora.- Perfecto, Jefe. Como diría Neruda: «Claro como una lámpara. Simple como un anillo». Es otra constatación que certifica su cuento sobre la «conciencia colectivamente social de la debacle». La que enuncia el acertijo, o el crucigrama tétrico. Sobre si esto, o sea el kirchnerismo, explota, por implosión, en el 2008. O en el 2009.
O del otro cuento que le escuché, entre las innumerables emisiones de los canales de cable. Con Clara Mariño, con el Kikuchi, con Carnota, la señora Cánepa o la Karina Alonso Piñeyro. Lista interminable de su periplo. Me refiero a la fábula suya que apunta a «la resignación atávica de la sociedad, a ser presidida por una señora a la que, mayormente, detesta». Le salió redondito.
O al otro cuento que usted mantiene, a mi criterio, aún más armado. Y que, en cierto modo, comparto. Basado en el informe, aún no conocido, de Oximoron.
El informe indica que, así Cristina no gane en la primera vuelta, puede imponerse, con mayor facilidad, en la segunda.
Sobre todo si al eventual balotage, la señora Cristina, como la llama usted, debe toparse con las pintorescas mutaciones de la señora Carrió. La cual no acierta, la pobre, a proporcionar una garantía de equilibrio y credibilidad. Aunque lo muestre a Pratt Gay, para oxigenarse en la materia de la previsibilidad. O se ponga, de pronto, a reivindicar la moral de los militares.
O el otro cuadro. Que la señora Cristina deba toparse, en segunda vuelta, con la esfinge de Lavagna. Que viene como un presentable estandarte del gastado «combo alfonsinista». Combinación que simultáneamente lo legitima y lo acota. El alfonsinismo no tiene, según la circularidad de su cuento, «una tercera oportunidad sobre la tierra».
También percibo que, por la concatenación de laceraciones ocasionadas a López Murphy, el kirchnerismo se lo carga, de rebote, a Macri.
A propósito, Macri ya debe esforzarse, igual que Lusito Barrionuevo, para no parecer un Joven K.
Entonces acuerdo que se lo ubica, a López Murphy, más cerca del pelotón de ustedes. Con Sobisch, con Solanas, y el Turismo Aventura de Rodríguez Saa. Y más lejos de los otros dos opositores reconocidos, como Lavagna y Carrió, ya oportunamente, en su relato, descalificados.
Por lo tanto, asistimos a la consagración de la «resignación atávica» que usted, en principio, condena. Aunque me va a aclarar, porque lo conozco de memoria, que de ningún modo usted condena la resignación. Que sólo la enuncia. O la describe. Pero permítame decirle, Jefe, que en este juego usted no entra como analista. Entra como candidato.
Amianto
Carolina Mantegari.- Me esfuerzo, créanme, por entenderles tantas claves que distribuyen. Las que me dejan, generacionalmente, afuera.
Claves relativas -los sigo-, a las «resignaciones y las combinaciones».
En lo personal, algo abrumada, confieso que hubiera preferido que Asís, nuestro Jefe, no se metiera en este juego, como lo califica Oberdán. O en semejante lío, como digo yo. Hubiera querido que se limitara a su rol de director del Portal.
Temo que nos lo devuelvan, al Jefe, aniquilado, el 29 de octubre. Aunque, como sostiene, Asís se suponga, a esta altura, un hombre de amianto.
De todos modos, como dice Rocamora, que lo conoce más, al Jefe hay que aceptarlo. Con los altibajos de sus proyecciones. O borrarse y dejarlo. Lo acepto. Pero cuídese, Jefe. No hablo más.
Encerronas, ninguneos
Osiris Alonso D’Amomio.- Al margen de las consideraciones afectivas, altamente explicables en un baluarte tan sensiblemente joven, como Carolina. Al margen de las elevadas interpretaciones de índole cultural, prefiero detenerme, aquí, en el aspecto político.
Y específicamente en el proyecto alucinantemente vicepresidencial de nuestro Director.
Los veo entonces, a Sobisch y Asís, críticamente. Algo diluidos.
Sobisch, con presentaciones muy irregulares. Y sostenido, en la plenitud de su instalación, por la transitoria masificación publicitaria.
Y fuertemente estigmatizado, a su izquierda, por la sistemática explotación del doloroso episodio, horriblemente desgraciado, del Profesor Fuentealba. Un crimen que lo coloca, invariablemente, a la defensiva. Aunque emergió, entre el oportunismo y la adversidad, con una digna hidalguía que no se le discute.
Sin embargo, extrañamente, lo veo también a Sobisch ninguneado. Para ser preciso, por todos aquellos que debieran reconocer, al menos, sus firmes propósitos de ordenamiento de una sociedad racional. Como supo calificarla, el siempre citado Oberdán. Una sociedad «en estado de barra brava».
Y como, al margen de las turbulencias de las giras y de los actos, el escenario de la contienda lo aportan los medios de comunicación, intuyo que ustedes deberían concentrarse, con mayor inteligencia, en ellos.
Por lo tanto, los veo diluidos entre los pliegues de varias encerronas. Cercados entre el ninguneo de La Nación -y sorprendentemente de Ámbito Financiero-, y de los riesgos cotidianos, por la siempre probable irrupción de los sospechados de siempre. Los paraoficialistas de Quebracho.
O lo veo encerrado, a Sobisch, en el laberinto de las decisiones acordadas que planifica el señor Yaski, de la CTA. Quien supone, tal vez, encontrarse más cerca de la Personería prometida, por el mero hecho de hostigarlo.
O los veo encerrados, grotescamente, por la acción de los programados grupos de tareas que representan, virtualmente, las producciones televisivas adictas al fascismo mediático. Las que operan para el gobierno. Las que asisten, según mi información, a sus eventos, con el exclusivo objetivo de provocarlos.
Hipocresía cultural
A treinta días del acto electoral, Jefe, pienso sin embargo que están, Sobisch y usted, tal vez a tiempo de perforar el blindaje de las encerronas combinadas.
Si reaccionan con sagacidad, es precisamente en el furor de la ofensiva de la izquierda donde puede encontrarse la base de una transformación. Que les posibilite el apoyo, nunca desinteresado, de los medios representativos de una sociedad que aspira al orden. Al ambicionado imperio de la organización, razonablemente adscrito a los rigores colectivos de la seguridad. Aunque sin atreverse, en su hipocresía, a adherir socialmente a quienes puedan garantizarles la vigencia de esos valores.
Contradicción que representa, aquí si, otro problema cultural. Que implica insultar rabiosamente a los que obturan los pasos, pero sin respaldar, en simultáneo, de manera frontal, la idea del orden al que se aspira.
Desgrabación de Carolina Mantegari.
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