ADÑ
La Nación insiste con el provincianismo cultural.
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari,
especial para JorgeAsísDigital.
Desconformes con la consagración moral de «Bolivia Construcciones», las creativas autoridades del centenario diario La Nación, en una magnífica muestra de coherencia estética, generan, como si fueran protagonistas de otro severo acontecimiento cultural, una incomparable, flamante decepción.
Después de un lustro de sigiloso vestuario, entre linimentos sublimes y bosquejos de diagramaciones, La Nación prosigue, ya sin menores atisbos de identidad, la trivial iniciativa impulsada, oportunamente, por Clarín. El pariente rico que supo desplazarlo.
A pesar de todo, lanza, de manera frontalmente epigonal, la revista ADN.
Inmediatamente apodada, con malignidad servida, ADÑ.
Trátase del irrescatable opúsculo para hojear. A los efectos de matizar los sábados, emerge como un producto superador. Al menos, del naufragado suplemento literario, el de los domingos.
Con la cáscara enfáticamente autorreferencial, ADN participa de la recetada acumulación de Ñ. Aunque con la estética impuesta, previamente, por el fascículo divulgador de Cablevisión. Sin embargo, el inspirador «Miradas» presenta, en cambio, el atributo ponderable de ser mensual.
A partir de la base de un modelo reprochable, el engendro deriva, al fin y al cabo, en un producto presuntuosamente insatisfactorio.
ADN es dirigido por Jorge Fernández Díaz.
Trátase del promisorio autor de «Mamita», o tal vez de «Papito». El Director agradece, en el épico texto de introducción fundacional, intitulado -con admirable originalidad- «Volver a empezar», al tenor Tomas Eloy Martínez.
Con la elegancia del vencedor, Fernández Díaz califica, a Martínez, de «escritor admirable». De «gran editor periodístico que aportó sabiduría».
Lo cierto es que, antes de ser honrosamente destronado, Martínez supo, abnegadamente, dilatar, durante años, la gestación del gran proyecto.
Sin embargo, Martínez, a pesar del feroz derrocamiento, resulta convenientemente beneficiado. Deja de ser el cocinero del producto. Para convertirse en la frutilla de la torta de presentación.
Con ostensible propósito compensatorio, a Martínez se le dedica la portada del primer número de ADN. Una entrevista, envuelta con la monotonía del diálogo intrascendente. Que le realiza, a Martínez, un tal Paul Auster. Otro tenor menor que intentó, con la «Música de azar», ensayar la literatura ranchera del caminante.
Amontonamiento editorial
En realidad, la historia de los altibajos de la gestación de ADN, es infinitamente más apasionante que el piadoso amontonamiento editorial del resultado.
Aquellos entretelones del vestuario solían consumirse, entre el franciscanismo de las reuniones sociales, que caracterizan a la metrópoli provincial. Las que frecuentan los informados. Los iniciados que participan de «la commerage». O del chismerío. Y que se disputan, como si fuera relevante, la impostura del ilusorio poder cultural.
Tratan de conjuras literariamente mínimas. Sin ir más lejos, entre El Proustiano, que al final persistió, abulonado a su escritorio. Contra La Imprevisible. A quien, en apariencias, colectivamente atormentaron. Hasta que la pobre debió recluirse en la contención profesional de los consultorios especializados.
Solían festejarse, a carcajadas, aquellas perversas provocaciones informáticas de El Proustiano. Con el propósito de desequilibrar a La Imprevisible. Sobre todo cuando se encontraba en el exterior. Para descalificarla después. Con la insólita exhibición, ante la superioridad, de los correos infamantes.
Inestabilidades emocionales por doquier. Histerias literariamente afectivas. Desfiles de psicoterapeutas programados, que telefoneaban en el momento propicio. Envidias siderales de los que se suponían desplazados, así fueran proustianos, mitristas, o simplemente mediocres.
Conjunción de minimalismos que distrajeron los largos meses de la opacidad provincial. Los que hacían prever la magnífica irrelevancia del producto, celebratoriamente presentado, como si pasaran a la ofensiva.
ADN significa la consagración de la medianía. La acumulación de la grandeza gestualmente impostada.
Prisionera del modelo módicamente inspirador, la epigonal ADN consigue revalorizar, expresivamente, a Ñ. La revista ejemplarmente emulada.
Ambas propuestas culturales consolidan el sueño profundo de los justos de la intelectualidad argentina.
De todos modos, para una evaluación definitiva, la publicación merece ser esperada. Algunas semanas. Ánimo. Entre tanto provincianismo espiritual, aún puede ser mucho peor.
Carolina Mantegari
cmantegari@jorgeasisdigital.com
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