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Fantástica fiesta de YPF

La argentinización es una idea española.

Oberdan Rocamora - 18 de junio 2007

Artículos Nacionales

Fantastica fiesta de YPFArgentinizar YPF es, ante todo, una idea española.
Para colmo, se trata de una idea inteligente.
La argentinización es, por si no bastara, recíprocamente beneficiosa.
Para la óptica económica de los empresarios favorecidos. Aunque arrastren -es el riesgo-, la lícita explotación política del gobierno que los catapulta.
Sin embargo desde la geopolítica, representa un formidable alivio. Para los intereses estratégicos de España.

La Fiesta

“Es una fiesta fantástica, a la que, hasta hoy, no me invitaron”, nos dice, confidencialmente, un empresario de los sindicados como jóvenes. Ellos merecen una miniserie especial. Prometida.

Es de los cuatro o cinco lúcidos cuarentones que protagonizan, en el precapitalismo autóctono, el atendible recambio generacional.
Instrumentado, por supuesto, a partir de la desertificación empresarial, provocada por los envejecimientos industriales. Por transferencias de activos, que derivaron en patéticas desnacionalizaciones. También merecen formar parte de la prometida miniserie.
El joven en cuestión es el líder de uno de los cinco o seis grupos que participan, irreparablemente, de cualquier rumor de transacción. Así sea Transener, Sancor, Clarín o YPF.
“Tal vez mañana”, agrega, “puedan invitarme a participar de la fiesta. Claro que me interesa estar presente”.

Verano del sur

El proceso de argentinización de YPF se inició, según nuestras fuentes, a principios del 2006. Fue en febrero, en pleno verano del sur.
Transcurrieron algunos tanteos sigilosos, encarados por el más alto nivel de Repsol. Entre los escasos empresarios argentinos que suelen participar de semejantes revoleos ambientales.
Es previsible el catálogo de los probablemente consultados. Elstain, Eskenazi, Mindlin, en menor medida Mc Fairlane, acaso Eurnekián, los Bulgheroni. Algún otro sondeo informal pudo incluir a cualquiera de Los Doble W, Gerardo o Adrián.
Sin embargo se desinfló, la especie, con el otoño.
La argentinización recién fue retomada hacia principios del 2007. Siempre en el verano, o sea el invierno catalán, aunque ya sin objetivos de tanteo. Antonio Brufau venía a los bifes. Con la intención concreta de desprenderse, de algo menos que la mitad de la empresa.
En efecto, del 99.5% de las acciones, el proyecto argentinizador consiste en transferir, el 25%, a un grupo doméstico. Siempre con los mismos habitantes del sistemático revoleo.
Y el 20%, para ser comercializado en la Bolsa de Comercio.
Los doblemente colonizadores, comandados por don Antonio Brufau, y sustancialmente solidificados por San Martín, se encuentran dispuestos a quedarse con un 54% de la empresa.
En su pragmatismo sorprendente, para manejar la fiesta de YPF, consideran que es suficiente mantener el control del 51%.

Misterios y fábulas

A la vanguardia, al menos presentablemente divulgada, se encuentra el empresario que aparece como favorito. Adelantado, hasta en materia de desplazamientos hacia Madrid.
Trátase de Sebastián Eskenazi, es el hijo de Enrique, presidente de la constructora Petersen, Thiele y Cruz.
Los allegados, bastante hartos de sutilezas, se obstinan en aclarar, por las dudas, que la empresa existe desde mucho antes de Kirchner. Y que estimulan un ostensible proyecto de continuidad. Al margen de la identidad del inquilino, siempre transitorio, del poder.
Sebastián es, aparte, otro cuarentón para la miniserie. El gerenciador de los cuatro bancos provinciales que les pertenecen. Nada menos que el de Santa Fe, Entre Ríos, San Juan, y sobre todo del banco generador del máximo manantial de desconfianzas, el de Santa Cruz. Pertenencia que lo ubica, inalterablemente, en el centro de las manipulaciones, que derivan, o no, en misterios y fábulas.
Sin embargo, el negocio de YPF es caudalosamente importante, ideal para gestar la estructuración de una “vaquita”. Con la incorporación, a la fiesta, de otros grupos similares. Al menos para compartir la conjunción de gastos puntuales que se avecinan. Destinados a averiguar, en principio, cuál es el estado actual, y el valor real, de la empresa a la que deben, concretamente, asociarse.

Confidencialidad

“Una petrolera vale de acuerdo a los millones de barriles de reservas que dispone”, nos ilustran. Desde el despacho, se ve el río, que tienta a la utopía de partir.
La fuente, más que autorizada, cultiva la adicción, ciertamente excesiva, hacia el bajo perfil. Si prospera la «fiesta» del negocio, habrá que mitigar, en definitiva, el hábito de tanta discreción.
Falta entonces, nos cuentan, un trabajo riguroso de Auditoria. De altísima sensibilidad técnica y complejidad analítica. Destinada a fijar, ante todo, el costo real del activo a adquirirse.
Sin embargo, secretos semejantes sólo pueden comenzar a develarse después de firmar un Convenio de Confidencialidad. Excede el margen de la palabra hablada. Entrometerse entre los trapos financieros de aquello que a lo mejor, probablemente, ni siquiera se va a adquirir. Para encontrarse en condiciones de suscribir un convenio semejante, hay que dar, ante todo, significativas muestras de confiabilidad. Aventureros, por lógica, abstenerse.
Semejante labor de consultoría, según las fuentes consultadas, no puede llevar, nunca menos, de noventa días. Con demasiados ojos dispuestos a detectar cualquier irregularidad. Y tampoco puede costar, el trabajo, menos de un millón de dólares. Sólo para comenzar a discutir, en adelante, la propuesta económica.
Por el 25% de YPF, el valor oscila, según fuentes, entre los 2.800 y los 3.500 millones de dólares.

Dinero para Energía

“No se deje marear, Rocamora, por lo impresionante de las cifras. Porque el dinero aparece con facilidad, el dinero es lo menos importante”, nos ilustra, ahora, otro reconocido empresario. Un amigo.
Pertenece a una generación dos veces anterior, a la de “estos chiquilines de moda”.
Se lo ve, pese a la distancia temporal, rigurosamente actualizado.
Su apellido suele ser asiduamente barajado, para cualquier transacción millonaria.
Sin embargo acepta que tampoco, infortunadamente, lo invitaron a participar del “festejo”.
“Si el negocio es bueno, Rocamora, y si es sobre todo para cuestiones de Energía, los bancos pueden taparlo de dinero. El Goldman Sachs, El City, los Bancos Suizos, no saben adónde poner tanta plata que tienen. Hasta Jorge Brito se le puede atrever a juntarla, nunca a ponerla. Y el de YPF es un negocio seguro. Porque, aunque quiera, no puede salirle nunca mal. Sólo para la Argentina estatal el negocio del petróleo pudo haber sido deficitario».
Interrumpirlo, en general, puede ser pecaminoso.
«Fíjese, Rocamora, que los gallegos se llevan, de utilidad neta, entre mil ochocientos y dos mil millones de dólares por año. De utilidad, le reitero. Entonces si se compra un 25%, le quedan limpios, nunca menos de 400 millones por año. Por lo tanto el beneficiado, sea el Sebas (por Eskenazi), o Marcelito (por Mindlin), o El Armenio (por Eurnekián), los Werthein, Brito o yo, pone algo de entrada, digamos un diez, 200 o 300 millones, que se consiguen con facilidad, por teléfono. La operación es después amortizada por la propia financiación, sin necesidad de recurrir a los apalancamientos. Es un negocio que puede salirle bien, incluso, hasta a Juan Navarro».
«Para Argentina, Rocamora, es decir, para el empresario que logre incorporarse desde la Argentina, es un negocio espléndido. El que lo denominó fiesta, acertó. Si se le da a Sebas, lo felicito, porque lo estimo y porque va a ser la mejor inversión de su vida. Pero si me invita a participar, le aseguro que voy a quererlo mucho más”.

Continente de la esperanza

La sospechosa hojarasca, vagamente conspirativa, impide entender, entre tantos beneficios, el acierto geopolítico de los españoles.
Consistió en la decisión de bajar, a través de ciertas etapas racionales, el nivel de exposición, en el recolonizado continente de la esperanza.
Una región dolorosamente impregnada, otra vez, de la epidemia emancipadora de las turbulencias. Aunque suela despertar admiraciones patológicas, entre los izquierdistas instalados en las universidades del norte colonizador.

Para España, Sudamérica es una región tan estratégica como escasamente confiable.
Retirar parte de los activos es, más que una tentación, un objetivo. Aunque la situación sea políticamente explotada por los provincialismos emergentes, de los lugares, como Argentina, que España decide, parcialmente, abandonar.
Para ser invertidos, acaso, los dinerillos, los glucolines, en lugares del planeta que ofrezcan alternativas económicas menos románticamente esperanzadoras. Pero más convenientes.
Por ejemplo en el Africa, que la Europa deja, inconcientemente, a merced de los chinos.
En cambio, la América que se tilda de Latina, se encuentra surcada por inquietantes etnicicismos en alza, que desalientan las inversiones.
Cuestiones de identidad que prosperan, hasta desembocar, invariablemente, en las temidas ceremonias de las expatriaciones.

Los pintoresquismos turbulentos de Chávez y del Evo, con la incorporación de Correa, favorecen, en definitiva, a Kirchner. Aunque los desconcierte.
A su pesar, Kirchner emerge como un peronista tradicional. Situado a la izquierda de la derecha y viceversa, pero pasablemente capitalista. En condiciones de merecer las porciones de torta que se les concede, a través de los empresarios amigos, a los lugareños.
Consta que Argentina, en tanto estado, no va a participar del negocio. Lo asegura, a quien le pregunte, el ministro De Vido. Ni siquiera va a participar, hasta hoy, a través del artificio de ENFARSA.
No obstante, la incorporación del grupo empresario argentino puede, si no garantizar, al menos facilitar la carencia de riesgos, en los territorios más litigiosos.
Es decir, con la Argentina adentro de YPF, según criterio de los españoles, es improbable que los gobernantes más demenciales se dispongan a encarar distintos modos de avasallamiento.
La última razón, que tiende a legitimar la venta, apunta al corazón del pragmatismo. La necesidad de contar, a través del pilar argentino, con mayor eficacia de gestión. Gerenciamiento local, debidamente controlado, entre la euforia privada de la fiesta, tan fantástica como las de Rafaela Carrá.

Oberdán Rocamora

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