La Caída
El Descacaramiento (V): A Kirchner le cuesta aceptar que Macri lo empomó.
Cartas al Tío Plinio
Tío Plinio querido,
Aunque Kirchner se obstine, valientemente, en la abnegada faena de degradar la institución presidencial, no le queda otra alternativa que entregarle, a Macri, el artificio autónomo de Buenos Aires.
Aunque indague, con esmero, el diputado Kunkel, acerca de los remotos contratos, firmados en Morón, con Rousselot, aquel locutor injustamente olvidado.
Se asiste a la acumulación de datos inútiles. Notifican sobre terribles contrabandos, o imperdonables latrocinios del político programado que los venció.
Hurgan sobre las transferencias de Carlitos Tévez, de Beluschi, de Bobadilla. Brindan detalles precisos sobre irregularidades acerca de la construcción del palco. Aportan vulnerabilidades caracterológicas de sus tendencias amatorias. Averiguan sobre desaires producidos a mujeres sigilosamente despechadas.
Les cuesta resignarse, explicablemente, a los acelerados kirchneristas, al impotente esplendor, sin la menor grandeza, de la caída.
Tienen que relajarse y aceptar que ya lo tienen metido, a Macri, adentro.
Deben asumir, tío Plinio querido, simplemente que los empomaron.
Se asiste, en los altibajos de Buenos Aires, a un cambio ideológico de rumbo.
El simulacro revolucionario produjo una lerda excitación, en cuatro años de formulaciones.
La fantasía inmobiliaria del Museo de la Memoria parece haberse suplantado por un Shopping gigantesco.
Después de todo, tendrían que comportarse como dignos perdedores. Con altivez, en la caída.
Conformarse con la epopeya, altamente meritoria, de haber derrotado a un temible caudillo popular, territorialmente poderoso, como Telerman.
Y con haber desgarrado, en definitiva, el foulard de la señora Carrió.
Pueden disponerse, en definitiva, a disfrutar del segundo puesto. Por la condición de campeones morales.
La Unión Democrática
La cruzada antimacrista, tío Plinio querido, en los papeles funcionaba.
Podía ser, incluso, emotivamente movilizadora. Un ensayo de orquesta, preparatorio para la gran función triunfal de octubre.
Consistía en aglutinar, en torno del poderío conyugal, a la pesada divisoria del progresismo. Con propósitos sabiamente polarizadores. Contra la derecha. Infantilismo teórico que les permite instalar el equívoco. Y decidir que ellos, por ejemplo, representan la izquierda.
La construcción de una flamante Unión Democrática, pero a la inversa.
Contra el proyecto pernicioso de los neoliberales, portadores de epidemias extraordinarias.
Gracias a la Unión Democrática al revés, pudo juntarse, al fin y al cabo, a la invalorable potencia ética del Partido Humanista.
Y conquistar, por si no bastara, el favoritismo expreso del temple forjado en acero, Patricio Echegaray. El camarada líder del Partido de la Clase Obrera y del Pueblo.
Vanguardia, tío Plinio querido, del proletariado.
Sin contar los cuarenta partiditos, ni los cuantiosos referentes culturales del elenco estable, electoralmente decisivos, como León Greco, Victor Heredia, la señora Parodi.
Juntos, todos, son, en la caída, cada vez menos.
También, felicitaciones, pudieron lograr el precipitado encuadramiento que puede volcar los guarismos de la segunda vuelta. La señora Gabriela Cerruti, la Borocotona.
La complacencia perdida
La cruzada podía funcionar si Kirchner se aseguraba, previamente, tío Plinio querido, la continuidad de la indispensable complacencia.
Es decir, el tratamiento que los grandes medios supieron, hasta hace poco, dispensarle. Justamente hasta que comenzó el implacable proceso del descascaramiento.
La complacencia atenuaba la fantástica fragilidad de las paredes.
Para emprender la cruzada discriminatoria contra el neoliberalismo, Kirchner necesitaba un conjunto creíble de escuderos incuestionables.
Sin embargo, infortunadamente, el pobrecito se encuentra, de pronto, inhabilitado en el despegue. Por los antecedentes visibles de los impostores que conforman el disparate de su ejército.
Sobre todo por los antecedentes, testimonialmente impiadosos, de sí mismo.
Sin la complacencia alquilada, sin el ejército adecuado, la aventura maniqueísta de la cruzada se convierte, tío Plinio querido, en algo peor que una imposibilidad. En una tontería.
Porque los medios, los que antes admitían sin chistar la tergiversación de su biografía, en la plenitud del descascaramiento se atreven, sin decoro, a la tarea primitiva de desenmascararlo.
Entonces, las prepotencias seriales, las chiquilinadas que sirvieron oportunamente de pretexto para “construir poder”, ahora rozan la frontera del ridículo.
Claves
De todos modos, a una semana de recibir la derrota más humillante, la estrategia de la confrontación resultó de cierta utilidad.
Para desviar, transitoriamente, el foco de la atención.
Porque hoy, los comentaristas, distraídos en bloque, se desvelan por interpretar las claves de la «campaña sucia» que se desvanece.
Gracias a la cruzada contra Macri, los divulgadores abandonaron, positivamente, el tratamiento intensivo de las ceremonias escandalosas de corrupción.
Ceremonias que pueden hacer del menemismo, comparativamente, un ejemplo de trasparencia.
Dígale a tía Edelma que, según las cuentas de Oximoron, a esta altura la paliza es de 66 (con lo que significa de aterrador el número 6, ella sabe), a 31.
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