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El peronista del paraguas

Sobre José Rucci y los riesgos de la primera persona del plural.

Jorge Asis - 24 de septiembre 2006

Cartas al Tío Plinio

El peronista del paraguas

Tío Plinio querido:

Sabrá que homenajear a Rucci, aquel peronista del paraguas, se convirtió en la manera más plácida de verduguear a Kirchner.
La teoría requiere la perversidad de una explicación.

Ocurre que hay que cuidarse, tío Plinio querido, de la aplicación selectiva de la primera persona del plural.

Sobre todo cuando, la subjetividad del «yo», se suplanta por el colectivismo sentimental del «nosotros».
La primera persona del plural sirve para entonar contagiosas canciones del inventariado Víctor Heredia. Pero no sirve menos para tratar ciertos aspectos, relacionados con las grandes causas perdidas.
Se induce, con el «nosotros», a la tentación del dramatismo. Aunque facilita la nostalgia de la identificación.

Acuérdese, por ejemplo, cuando Kirchner exclamó ¡Volvimos!
Fue en el cotillón reivindicatorio del 25 de Mayo. Con la Plaza llena de funcionarios.
La escenografía, compartida con madres y abuelas, unificadas para la ocasión, complementaba el marco emotivo.

«Volvimos», dijo Kirchner, perfecto. Pero ¿quiénes volvían, tío Plinio querido?
Los peronistas habían estado, desde siempre. Sin ir más lejos, Ubaldini solía llenarla, hasta para lagrimear.
Kirchner no aclaró quiénes eran los que volvían. Pero cualquiera podía entender que volvían ellos.
La cuestión que, con aquel «volvimos», Kirchner asumía la primera persona del plural.
Sintetizaba, generacionalmente, la historia, que le había pasado de refilón. Sin embargo se adueñaba. Se hacía cargo. Bancaba. Sobre todo en un momento de altiva celebración.
Con las acciones en alza, en la bolsa de la euforia.
Sin percibir, el improvisado, que la primera persona del plural podía reservarle previsibles bajas accionarias.
Este juego bursatil de los verbos contiene ciertas sutilezas de altibajos, para iniciados

Con decirle que los sofistas presocráticos, luego desprestigiados por el lobby de Platón, se especializaban en captar vulnerables contradicciones. Útiles para demoler estanterías de imposturas.
Con la franqueza del «volvimos», Kirchner se adjudicaba, sin mayor inocencia, la identidad cultural de los Montoneros.
Por lo tanto, decir «volvimos» significaba también decir «morimos». Decir «padecimos», «luchamos», «marcamos».
Pero sobre todo decir «matamos».
Incluso decir «Fuimos soldados». Como en el libro de Larraquy. Acerca del suicidio de la Contraofensiva.

El peronista del paraguas

Entiende ya por qué homenajear a Rucci es una manera de maltratar a Kirchner.
Trátase del peronista clásicamente leal. Inmortalizado por el paraguas sindical del regreso.
Fue asesinado, aunque aún lo nieguen, por los Montoneros.
No lo reconocen para evitar desgarrarse en autocríticas.
Podrían beneficiar, como dicen, a los sustentores del terrorismo de estado.

La matanza ocurrió hace 33 años, en Flores. El barrio de las chicas de Oliverio Girondo.
Aludir a aquella carnicería produce un escalofrío de indignidad.
Es explicable que el neomontonerismo del retorno prefiera ocultarse en el refugio del silencio. O de la dilación.

Para el oficialismo presupuestario, es preferible que pase inadvertido el 33 aniversario, de la mañana fatídica del 25 de septiembre de 1973.
Aquel catastrófico Operativo Traviata que derivó, tío Plinio querido, en el primer suicidio político de los Montoneros.
El peronista del paraguas fue ejecutado en la calle Avellaneda, por los desequilibrados vocacionales de la Columna Capital.
Héroes potenciales, los comandos, que itaquearon al «burócrata sindical». Con una estremedora frialdad de killers.
Los eficaces Itakazos se encontraban amparados por irrebatible información de inteligencia. Soplos proporcionados por estetas hipersensibles. De los que aún suelen elogiarse, con admirable unanimidad, en los suplementos culturales.
Aunque los vocablos que se utilizan, más por desconocimiento que por mala fe, se demoran entre los arrebatos florales de la poesía.
O en la fervorosa exaltación del compromiso militante del intelectual.

Los asesinos que remataban a Rucci, en la calle Avellaneda, supieron utilizar la expresividad de la Itaka. Para posicionarse favorablemente, con otro cadáver servido en la mesa de negociaciones.
Los chiquilines pretendían condicionar, con la extorsión de los muertos, al General.
El que venía de ganar, apenas, con el 62 por ciento.
Preferían confundirlo, al General, con el preservativo revolucionario, que iba a conducirlos hacia la gloria del socialismo.
Cumplían, aparte, los asesinos, con la promesa autoincriminatoria de proporcionarle, a Rucci, un destino similar al de Vandor.

Para terminar, tío Plinio querido, es razonable que el Gato Agosto afirme que los asesinos que itakearon a Rucci, apuntaban, en realidad, contra Perón.
Procuraban, con la inconciencia del suicida, la respuesta del Somatén.
El Somatén de las Triple A.
Es el turno de sumergirse, hasta la eternidad, en la década que dejó, a la Argentina, con la imagen congelada del peor teleteatro.

Entonces es preferible que pase, el 33 aniversario, con menos pena que gloria.

Que se limite al homenaje de los panzones acosados por el flamante oficio de estancieros.
En todo caso que el paraguas de Rucci se vuelva a evocar, tío Plinio querido, recién en los días previos del 25 de septiembre del 2007.
Para el 34 aniversario. Que vendrá más caliente, con la euforia de la campaña.
Para continuar con la epopeya del neomontonerismo, que felizmente ya abandonó la Itaka.

Para dedicarse, con apasionamiento de orga, a otra utopía menos altiva, tan pragmática como rudimentaria. Al Sistema Recaudatorio de Acumulación.

Por un amigo que viaja a la montaña se le envían dos botellas de Malbec. Van de parte de Ricardo Santos. Dígale a tía Edelma que se lo sirva, el Malbec, junto con el brie. Y con el queso de cabra, el untable, que viene con el ají.

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