Conducción de Carrió y paciencia de Lorenzetti
CAMBIO DE METAL (II): Dilemas de Mauricio, Presidente del Tercer Gobierno Radical.
Miniseries
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
No basta, a esta altura, con enviarlo a Marcos Peña, El Pibe de Oro, a «tomar distancia» de las penúltimas expresiones de la señora Carrió, La Demoledora.
Al aludir -durante el Majul dominical o en la solemnidad de Washington- a Ricardo Lorenzetti, titular de la Corte Suprema. Calificado por Carrió, apenas, de mafioso. Y de «socio de Zannini» (por El Cenador).
Aparte Carrió tramita el juicio político para Lorenzetti. Quien mantiene, curiosamente, y en simultáneo, una armónica relación con el titular del Poder Ejecutivo, Mauricio Macri, Presidente del Tercer Gobierno Radical que Carrió, en la práctica, conduce.
Al esgrimir que los arrebatos de Carrió «no reflejan la posición del Gobierno», Marquitos no le hace ningún favor a Mauricio. Al contrario.
Pero La Conductora habla en nombre del Conducido:
«El presidente Macri no va a parar, no va a ser extorsionado, va a ir a fondo en la lucha contra la corrupción. No le importa si citan a un pariente, a un amigo, a él no lo van a amedrentar. Si lo citan a Ángelo Calcaterra, su primo, o a su propio padre, Franco, tendrán que ir a la justicia».
Las palabras sustanciales de Carrió registran claramente el cambio de metal. Desde la plata al bronce. Ante la desorientación de los viejos colaboradores, forjados entre las tensiones acumulativas de la plata. Metal que pasa al plano secundario.
«La etapa del dinero ya pasó», confirma la Garganta.
Tema superado. «Hoy Mauricio no vacila si debe despedir a alguno de los suyos, por algún renuncio».
Palabra de Carrió.
Paciencia de Lorenzetti
Por lo que trasciende, Lorenzetti mantiene el diálogo fluido y afectuoso con el Presidente. Se propone aportar gobernabilidad. Pero resulta insuficiente.
Con forzado voluntarismo, en un alarde de paciencia (que se agota), trata de no darle entidad a los que sensatamente le dicen:
«Es Macri es quien habla por la boca de Carrió».
Pero decide no creerlo.
Para acabar con la angustiante idea, se impone que no sea Marquitos el que salga a poner el rostro.
Porque Lorenzetti aguarda, según nuestras fuentes, que sea Mauricio el que ponga las palabras. Junto a los eventuales apliques que cuelgan en las entrepiernas masculinas.
La gran pregunta que se hacen en dos de las tres vertientes de la coalición es, según nuestras fuentes, ¿qué hacer con Carrió?
Para que no se instale la certeza que es Carrió, precisamente, quien tiene el timón del TGR. Que se hace lo que ella dice. Que se le debe explicar por qué no se hace lo que ella ordena.
Ya que Mauricio, según nuestras fuentes, le teme a La Demoledora. O sea, a sus reacciones. Su poder de daño en las cabeceras de las emisiones.
Cada día al pobre presidente le cuesta más la aventura cotidiana de seducirla. Contenerla, elogiarla y hacerle caso.
Porque ya no se trata solo de la paciencia de Lorenzetti, hoy maltratado como si fuera aquel Massa, titular de la Franja de Massa.
La Demoledora avanza también sobre el Papa. Pero desde la inmanencia del catolicismo que sanamente porta.
Trasciende que Carrió les habla permanentemente al Señor y a la Virgen. Pero lo que es más grave aún, según Gabriel Levinas, Nuestro Woody Allen, es que ambos -el Señor y la Virgen- le contestan.
Por lo tanto mantiene cierta legitimidad mística para criticarlo a Francisco. Obliga a que el hermano cura del trascendente poeta Fernando Sánchez Sorondo deba salir, con menos paciencia que Lorenzetti, a replicarla.
Para colmo, Lorenzetti parte hacia Roma. Para participar del encuentro mundial de jueces que convoca el Estado Vaticano. Se aglutinan juristas de 40 países. Cassanello incluido, que podrá tomar cierta distancia moral.
Al cierre del despacho, no puede descartarse una bilateral programada, que tal vez tenga una duración que supere los 22 minutos. Entre Francisco y Lorenzetti, hermanados ambos no sólo por la fe: por los avances demoledores de Carrió. El inquilino del trono de Pedro y el inquilino que preside la Corte Suprema del último país del sur. Donde cualquier frívolo puede atreverse a pestificar sobre la justicia y los jueces, que tienen tanta paciencia como Lorenzetti.
Prisionero del triunfo
«Carrió es un problema de Mauricio, no mío», suele decir -según nuestras fuentes- Daniel Angelici. Cuando los comedidos lo consultan sobre los panegíricos estremecedores que La Demoledora supo dedicarle.
Sostener que Carrió es solo un problema para Mauricio es, en cierto modo, una reducción. O una injusticia. Pese a sus desbordes morales, fue Carrió quien le proporcionó solidez argumental al Macri que optaba por el camino de la transparencia.
Así como Kirchner se reconstruyó como revolucionario defensor de los derechos humanos, Macri se reconstruye paulatinamente como incorruptible. Se atreve al cambio de metal, desde la plata al bronce, y aquel que señale su condición de Panameño debe ser execrado por melancólico kirchnerista.
Carrió fue también fundamental para quebrar el ascenso de Massa. Para que no prosperara la penetración política de Massa en la centenaria Unión Cívica Radical, que venía en picada y en banda, copada por la línea partidaria Todo por Dos Pesos.
Al vencer a Sergio, a través de Ernesto Sanz, Eterna Esperanza Blanca, en la Cumbre de Gualeguaychú, Mauricio percibió que se le facilitaba la apertura hacia la presidencia. En vibrante simultaneidad con las operaciones vanguardistas del Grupo Clarín.
Entre Carrió y el Grupo Clarín transformaron a Mauricio en el prisionero del triunfo.
Extraordinario producto, bien terminado y listo para consumirse, Mauricio dista de ser el instrumento dependiente que los otros suponen que es.
«Mauricio de esto sabe y tiene suerte», suele razonar Angelici con batería argumental.
«En Boca arrancó mal pero luego lo enderezó y ganó todo. En la ciudad fue un desastre en el inicio pero también la enderezó y lo tenés como Presidente. La nación es más jodida, pero también va a enderezarla».
Como aquel Menem de 1988, Macri sabe que quienes lo ayudaron a alcanzar el gobierno difícilmente le sirvan luego para gobernar.
Clarín y Carrió
Clarín cobró. Objetivo cumplido. Sepultura para la Ley de Medios y glorificación en vida de Héctor Magnetto, gran baluarte de la Libertad de Expresión. Con honores internacionales por todo lo bueno que ofrendó en la década. Felizmente los honores transcurren después de digerir los horribles churrasquitos hervidos que compartía semanalmente con Néstor Kirchner, El Furia. Mientras con Lázaro, El Resucitado, se colmaban las valijas inagotables del Sistema Recaudatorio de Acumulación que Clarín aún no descubría.
Sin embargo, El Grupo es lo suficientemente profesional como para tomar, en un plazo relativo, cierta distancia crítica del TGR. A los efectos de mantener la influencia informativa y evitar, en lo posible, la aparición de los nuevos jugadores. Pero Turner acecha.
Lo de Carrió, en cambio, es más sutil. Deja de ser el pretexto de una chicana, para transformarse en la situación límite.
Al cierre del despacho, Mauricio no tiene otra alternativa que asumirla a Carrió como su candidata para la senaduría de Buenos Aires. Debe avalar los arrebatos contra las «mafias de la provincia». Sobre todo del PJ. Al que necesita para asegurarse la gobernabilidad. Sin obligar a los peronistas a poner «pose de combate», como en la novela de Héctor Libertella.
La situación límite alcanza una tintura dramática entre los peronistas perdonables que aún se aferran a Cambiemos. Les cuesta, según nuestras fuentes, asumir que son conducidos por Carrió.
Para ganar en 2017, y «enderezar la nación», la sociedad Carrió-Mauricio-Sanz necesita mantener al peronismo dividido, en por lo menos tres vertientes. Con Randazzo, Scioli, y el titular de La Franja de Massa.
Sin embargo, el Factor Carrió arrastra un riesgo básico. Que el objetivo programado de la división del peronismo derive, exactamente, en lo contrario. En la transitoria unión. Para obturar el paso de quienes pretenden «depurarlos». O mejor vencerlos, para apurar el veredicto de la historia.
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