El camino de Isabel
Sobre la formidable vocación por el suicidio institucional.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
«¿No quiere que Cristina vaya presa? ¿Se hizo kirchnerista?»
Dama Indignada de Recoleta
En 1976 la señora María Estela Martínez de Perón, Isabel, fue presa. Cinco años en El Messidor, Villa La Angostura, paraíso de Neuquén.
Transcurrida la Dictadura Militar, los generales-presidentes, todos, fueron alternativamente presos.
El extinto Jorge Rafael Videla (murió en la prisión de Marcos Paz). El extinto Roberto Eduardo Viola, «administrador de silencios» (liberado por el indulto de 1990), el extinto «majestuoso» Leopoldo Fortunato Galtieri (idem 1990). Sólo sobrevive -preso- el general Reynaldo Benito Bignone, 87 años.
En plena democracia, Carlos Menem también fue preso. Seis meses en la Quinta de Gostanián, Don Torcuato. 2001.
En cambio, Fernando De la Rúa zafó. Después de un juicio humillante. Cinco años sentadito en una sala oral de Comodoro Py.
Hasta aquí, quien no terminó preso fue el presidente Raúl Alfonsín (tuvo la suerte de ser sucedido por Menem). Y el presidente interino Eduardo Duhalde. Tampoco fue preso Néstor Kirchner, el legado de Duhalde. Porque protagonizó la severa irresponsabilidad de morirse. 2010.
Como Isabel, por aquel facto violento de cuarenta años atrás, La Doctora -durante la presente revolución democrática- se expone al riesgo de la prisión. Los justicieros «van por ella». Consecuencias de la «peste de transparencia» (selectiva), cliquear. Y de la formidable vocación colectiva por el suicidio institucional. En medio del odioso clamor semi-popular, por tenerla entre rejas.
Por su arquitectura intelectual, por su trayectoria militante, La Doctora ni la reconoce a Isabel como antecedente para constar en actas. Sin embargo Isabel también fue elegida en elecciones, en el turbulento 1973. Como vice de Juan Domingo Perón, que se le murió en julio de 1974. Le dejó un tendal.
A Isabel y La Doctora las une la condición de viudas de dos (de los tres) grandes jefes del peronismo.
Perón, el fundador del negocio, creador de la épica, líder máximo de la historia.
Y Kirchner, el único presidente que supo construir un «liderazgo de culto», enmarcado en el apasionamiento recaudatorio.
El destino adquiere el ropaje de la maldición. Ambas señoras presidentes pagan el precio de haber sido las continuadoras de los maridos muertos.
En misericordiosos momentos para el peronismo sin conducción, que hoy pierde, aparte de elecciones, identidad.
Ejemplaridad del castigo
Entonces La Doctora debe resignarse a seguir el camino de Isabel. Temerlo.
Lo reclama la buena señora indignada que nos detiene por la calle Posadas, en Recoleta.
Lo reclama el esclarecido periodismo militante de Clarín, el Grupo vencedor. Con la sagacidad de sus investigadores y analistas.
Como lo reclaman también desde los solemnes editoriales de Julito en La Nación, junto a sus columnistas estrella.
Y un desfile inagotable de patriotas que pugnan por la ejemplaridad del castigo. Con el pretexto venerable de la justicia.
Sin «línea de corte». Sin detenerse en la frontera de Lázaro. Lograr hacer de Lázaro otro buchón. Que la culpa suba hacia La Doctora.
La truchada precaria de la hotelería patagónica, con la Causa Hotesur, emerge, en La Doctora, como un incentivo de superior magnitud al del miserable cheque de la Cruzada de Solidaridad Justicialista, en Isabel. Chequecito utilizado por los jerarcas militares para acentuar la idea global de la corrupción.
Matar al Muerto
En «El poder y los buchones» (cliquear), pudo leerse:
«La Doctora debió matar al muerto».
Pero lejos de matarlo, La Doctora prefirió acelerar la edificación del «héroe épico». Presentarlo como el Eternauta. El «Líder de Culto» que ofrendó su vida por el país.
Téngase en cuenta que La Doctora -según la evaluación- es una excelente candidata. Pero es aceptablemente inepta para la conducción. Aunque, en su juventud de Tolosa, haya probablemente leído «Conducción Política». Es el logrado manual de auto ayuda para conductores potenciales, escrito por el ensayista Juan Perón.
Quien la condujo a La Doctora, siempre, fue Néstor. En 2007, conducida, La Doctora alcanzó la presidencia (pero gobernaba Él, sentía la abstinencia del poder).
En 2011, La Doctora volvió a triunfar, en su reelección con la memoria del Furia muerto.
Supo aprovechar entonces la herencia política. Pero fracasó olímpicamente con el manejo de la herencia económica. La administración compleja de lo recaudado, entre la barbarie de ventajeros y piratas. Herencia maléfica que la arrastra, sin la menor conducción, a la deriva, hacia el camino de Isabel.
Para Netflix
Por su densidad, ampulosidad, magnitud e imposturas, el dilema actual de La Doctora resulta ideal para culminar la miniserie sobre el amor, los engaños, las trampas y el poder. Para Netflix. O una ópera rock, cantada por Elena Roger. ¿Ampliaremos?
La Doctora fue presidente gracias al Furia. Pero su primera presidencia fue bastante mala también -según la evaluación- por El Furia. Se la pulverizó.
Con El Furia presidente nunca iba a existir la pelea (la Guerra de Convalecientes, cliquear) con Héctor Magnetto. O sea con el vengativo Grupo Clarín. Guerra de intereses que El Furia promovió.
Tampoco iba a distanciarse del segundo pilar, Hugo Moyano.
Menos aún con El Furia iba a existir aquel tonto conflicto con el campo, en que los metió «ese ministro de rulitos». Pero al producirse, El Furia elevó el conflicto, hasta la irracionalidad.
En octubre de 2010 El Furia murió amargamente. La Doctora medía mejor. Tenía 5 puntos más de imagen positiva y 5 menos de imagen negativa. Pero candidato, invariablemente, iba a ser El Furia. De no haber cometido la «severa irresponsabilidad de morirse». Para dejarle el tendal del Sistema Recaudatorio de Acumulación. La «etapa lazarista» (cliquear) que ni La Doctora ni Máximo, en detalle, conocían. Por más libretas negras que les acercaran.
Si la primera presidencia se la estropeó El Furia, la segunda se la estropeó ella sola. Motivos varios.
El colapso de la economía era tan inevitable como la imposibilidad de la re/reelección.
En un ámbito racional, en política, la derrota es una contingencia vulgar. En la Argentina peronista, la derrota es algo peor que un pecado. Es un error. La antesala del derrumbe de la estantería. Escenario propicio para extraviarse en el camino de Isabel. En el país donde sobran los buchones y los leñadores de árboles caídos. Y donde abunda la formidable vocación por el suicidio institucional.
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