Para qué cambiar. Y por qué
Debe responder el candidato opositor, desde el lunes 15 de agosto.
Artículos Nacionales
Al borde de la veda, de las «Elecciones amistosas» (cliquear) se confirma la hegemonía de Cristina Fernández.
El imperio de los quiebres sigilosamente calculados del «Vestidito negro» (cliquear). A pesar del desmoronamiento escandaloso del «núcleo ético» de su administración.
Queda «Cristina. Y el resto es paisaje» (cliquear).
Para ser rigurosamente claros: domina el escenario, y se destaca, el cristinismo que se cae.
Pero aún no despunta nada, ni nadie, que pueda capitalizar, con convicción, la magnitud de la caída.
Notable -la declinación- entre las consecutivas derrotas. Doblemente en el Artificio Autónomo de la Capital. En Santa Fe y en Córdoba.
Los desastres conducen, al kirchnerismo póstumo, en su versión Cristinista, a depender, exclusivamente, de los guarismos de la provincia de Buenos Aires.
Significa que Cristina se encuentra jugada a la suerte de Scioli. Es Scioli-dependiente, pero después de haberlo innecesariamente hostigado. Con la humillación de pequeños Sabbatellas y vociferantes Mariottos.
Pero también, desde el reducido cristinismo, supieron hostigar a los poderosos mini-gobernadores del conurbano bonaerense. Pertenecen al núcleo menos ético, según la concepción innovadora de Horacio González (al que se le busca reemplazante en la Biblioteca Nacional).
La ausencia de la mayoría de los mini-gobernadores, en el acto culturalmente inconcebible del cierre de campaña, en el Coliseo, puede entenderse como un triunfo interno de la Agencia de Colocaciones La Cámpora. Coparon.
El dato de la ausencia, sin embargo, podría anticipar el entrecruzamiento anunciado del Festival del Corte 2011.
Pero la plenitud del Festival del Corte va a alcanzarse, según nuestras fuentes, sólo en octubre. En la elección de la verdad. Menos que en el entrenamiento electoral, el ensayo general de orquesta del 14 de agosto. Es el simulacro costoso que se eleva como una apuesta hacia el hastío de la población.
Los argentinos, en su mayor parte, aún suponen que el 14 va a elegirse el presidente en serio. Una decepción, el lunes 15, al percibir que debe continuar la monotonía de esta campaña.
Significa que los abrumadores spots televisivos, instigadores de las ceremonias íntimas del zapping, van a agudizarse en septiembre. Con el desfile aplastante de personajes, demasiado conocidos. De los que ideológicamente no queda más nada por conocer. Ni admiten la mayor originalidad para sus presentaciones. Ni sus estrategias. Distan de presentar posibilidades de emitir algún «efecto sorpresa». Se los mira y ya se sabe qué es lo que van -otra vez- a decir. Y a callar.
La suerte comparativa
Cristina tiene suerte política. Sin entrar por el costado, desagradablemente impertinente, de los últimos datos de su historia personal, puede asegurarse que la incertidumbre del mundo le juega a su favor.
Como si fueran los anticipos terribles de las «profecías mayas». O efectos residuales de las teorizaciones penetrantes de Ken Wilber.
La alarmante declinación política del cristinismo coincide con la catastrófica actualidad de los Estados Unidos y de la Europa presentable.
Una serie de situaciones financieramente críticas que les permite el recurso de la pedantería. Y hasta atribuirse, incluso, el derecho de aconsejar a la humanidad. De hacer «pata ancha», al estilo Boudou. Sobre todo cuando enuncian que el desvarío de la economía internacional la encuentra a la Argentina «bien parada». Y debe servir, para colmo, como un ejemplo a imitarse.
La favorece, incluso, a Cristina, la debacle social de las protestas de Chile.
Para no derivar en un calvario, Chile debe, en democracia, mantener siempre a la izquierda metida adentro del gobierno. Porque la izquierda chilena, afuera, suele ser siempre combativa. En la oposición parece disponer de los rasgos peores del mal peronismo. Reclama desde afuera por las medidas que, cuando estuvo adentro, no supo, o no pudo, implementar.
Pero la lastimosa actualidad demuestra, además, que el macrismo gerencial de Piñera resulta insuficiente. Administrar un país es mucho más complejo que administrar un grupo de empresas.
Pero también a Cristina la favorece, comparativamente, el estallido de la corrupción en el Brasil, que acorrala a la pobre Dilma.
La epidemia estuvo siempre en el país presentado como ejemplar. Desde mucho antes de los grotescos del «mensalao». Sólo que, una vez que fue dominada por el fuerte liderazgo de Lula, los casos de corrupción dejaron de estallar.
A Dilma, como a Obama, o a Piñera, le bajaron el pulgar.
A Cristina, en cambio, no hay aún quien se lo baje. Con la excepción de la realidad. Pero es genérica.
La ecuación indica que, si los países considerados serios, o sensatos, marchan hacia la debacle, debe valorarse la relativa tranquilidad interior del país. Aunque sea una j… y esté copado por la insensatez.
La dinámica del piloto automático mantiene sus ventajas. Merced a la dependencia, transitoriamente excesiva, de la soja. Que admite el agujero negro, del tamaño estratégico de un precipicio, que va a dejar el Ansés. Pero la «relativa tranquilidad» citada sirve para dejar sin argumentos convincentes, tan fácilmente comparativos, de la oposición, que no acierta en el mensaje. Y escudaba las falencias estructurales en los voluntariosos ejemplos de «los países exitosos». Los que hoy se presentan, desde los diarios, como infiernos cotidianos.
Entonces ¿para qué cambiar? ¿Y por qué?
Es la pregunta que deben responderle a la ciudadanía que se aspira a representar. Con capacidad para la persuasión social, desde el lunes 15 de agosto.
A Alfonsín, Duhalde, Binner, Rodríguez Saa ,Carrió, Altamira, Argumedo, les llegó la hora de hacer la política que saben. Y que supuestamente se prepararon para hacer.
Sin pretender dejarle, la parte más dura -destructiva, deschavadora, denunciativa- al periodismo.
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