El cotillón
Diálogo entre Jorge Asís, Director del Portal, y Oberdán Rocamora, Redactor Estrella.
Artículos Nacionales
(Transcripción, Carolina Mantegari)
OBERDAN ROCAMORA.- Usted contó, en un tweet, que lo buscaron para entrevistarlo de dos medios oficialistas. A propósito del «Diario de la Argentina». Rechazó. En otro tweet, agregó que no es neutral en la guerra entre Kirchner y Clarín. Pero prefiere que pierdan los dos. ¿Lo dice para salir del paso? Tal vez, en el fuero íntimo, siente que Kirchner, al destruir violentamente a Clarín, le hace un favor. Disfruta de una incierta noción de la venganza.
JORGE ASIS.- Plantea, Rocamora, demasiadas cuestiones juntas. Primero, en el contexto de la guerra de Kirchner contra Magnetto-Clarín, no me interesa hablar de mi novela de 1984. Implica hablar, en todo de caso, de mi literal proscripción de 26 años. Pero la victimización nada tiene que ver conmigo. No soy Leuco, Castro, ni Eliaschev. El ninguneo puede justificar, en su versión, ante el desmembramiento del Grupo Clarín, la sensación -le acepto- de la venganza personal. Pero apelo. No es así. Si no hablo de Clarín para la prensa oficialista es porque no tengo ningún interés de favorecer a este gobierno peronista que detesto. Aunque continúe afiliado a «la superstición», como la llama usted, del Partido Justicialista. Y aunque se trate de la pelea contra quienes, desde el Grupo Clarín, también decretaron innecesariamente mi desaparición de la cultura. Por lo tanto, si pelean dos adversarios personales, como Kirchner y Magnetto, es lógico que prefiera la sistemática autodestrucción de los dos. Pero le aclaro que de ningún modo se trata de una posición personal. Es lo más conveniente para la Argentina. Acabar con los dos protagonistas de este divorcio en malos términos. Con Kirchner, que se encuentra irremediablemente en su final, a pesar del temor reverencial que le dispensan los livianos opositores (final que puede dilatarse si triunfa, sobre todo, en la pelea). Contra la dinámica de crecimiento de Clarín, personificado en la figura lacerada de Héctor Magnetto. Llegó al extremo de lograr la máxima hazaña que nunca hubieran soñado Edward Hearst y Orson Welles juntos. Que los gobiernos actúen de acuerdo a su conveniencia empresarial. El divorcio es el castigo mutuo por haber estado casados. En convivencia obscena durante casi cinco años. De cuando Kirchner solía reprocharles a los hombres de Julio Ramos, de Ámbito Financiero, que lo visitaban: «Ramos tiene que detener su idea fija contra Clarín».
Entiendo, en fin, Rocamora, su posición como profesional del periodismo. Difiere de mi situación personal. Resisto a los dos contendientes. Los combato.
O.R.- Perfecto, Asís. Entonces le hablo como profesional del periodismo que se aferra a la búsqueda de la verdad. En la primera parte de «De Telecom a Papel Prensa», publicado con mi firma, en el postal que usted dirige, yo hablo de «alteraciones», de «sutilezas cronológicas» en el Informe Moreno. El que va a presentarse mañana, en el próximo cotillón de Casa de Gobierno. Conste que se va a hablar de los ojos de Magnetto. Más expresivamente fríos que los ojos de los torturadores de la señora de Lidia Papaleo de Graiver.
J.A.- Rocamora, Oberdán querido, ya me parece demasiado. En noviembre de 1976, incluso en marzo de 1977, para ingresar al campo de las «sutilezas cronológicas», Magnetto -que es Mono de Madera, de 1944-, era un contador lateral que tenía 32 años. Aún no había traicionado a los Frigerio. En especial a don Rogelio. El Tapir, que es el que lo lleva de la mano, para trabajar en Clarín. A los Frigerio, los traiciona Magnetto recién en 1980. En la alianza novelada con la directora de Clarín, ya decidida a desprenderse de los frigeristas. Y con las jerarquías de la redacción que por entonces comandaban Marcos Cytrunblum y Joaquín Morales Solá. Es, precisamente, el tema de fondo del fatídico libro «Diario de la Argentina». Para ser francos, en 1976 Magnetto asistía, en realidad, a los Frigerio. A Rogelio y, en especial, a Octavio. Hacía correspondientes antesalas en la oficina que los Frigerio mantenían en Alem y Córdoba. Desde donde se dirigían los contenidos del diario. Tenga presente que la directora no quería ver a los Frigerio por el tercer piso de Clarín (ahora es el cuarto). Sobre todo después de la súbita culminación de una historia de amor con aquel inveterado desarrollista que había disparado como embajador. Más importante que Magnetto, en Clarín, era, en la época, el doctor Bernardo Sofovich. Excelente abogado, apoderado del diario, había sido secuestrado en 1974, por el ERP 22. Hombre que tuvo la incidencia de ser suegro, aparte, de H.V., hoy un consagrado kirchnerista de paladar negro. Con seguridad, en 1976, lo que hacía Magnetto era asistir al doctor Sofovich. Llevarle las carpetas, asesorarlo en las conversaciones, tenerle el celular, de haber existido. Las «conversaciones», llamémoslas así, que supieron mantener con la señora de Graiver. Por la cesión de Papel Prensa. La empresa quebrantada que los militares no querían que fuera, inicialmente, para Clarín (impugnaban la moralidad de la directora). Preferían, de socios, sobre todo a La Razón, a La Nación, y La Prensa. Pero Máximo Gainza Paz, de La Prensa, por sus principios ya ajados, no aceptó ser socio del estado. Lo que intento clarificarle, Rocamora, al profesional, es que Magnetto era, en cierto modo, un aceptable traidor. Un agrandado (y se percibe en la biografía insólita que le dedicó José Ignacio López). Pero nada tenía que ver con ninguna complicidad en los asesinatos. Pero así se lo va a presentar en el próximo cotillón, como lo llama usted.
O.R.- ¿Puede decirme algo de las «sutilezas cronológicas»? De las alteraciones.
J.A.- Si la estrategia defensiva de Clarín y La Nación se basa en la cronología, están muertos. Les cabe la opción «nicho o tierra». Golpean la puerta equivocada. Ante la virulencia escénica del cotillón, de nada les sirve demostrar que la venta de Papel Prensa fue en noviembre de 1976. Y no en marzo de 1977… Cuando una dama creíble, como Lidia de Graiver, testimonia que la llevaban, desde su lugar de detención, hacia las oficinas de La Nación. Ante el alegado «firmás o te mato», multiplicado por todos los canales de televisión, los comunicados solidarios suelen reducirse a naderías. Pienso, en cambio, que tendrían que escarbar con eficacia entre las explícitas sugerencias del doctor Gustavo Caravallo, detalladas en su carta que publica hoy La Nación. Aluden a la «alteración histórica». Por lo que me cuentan fuentes no chequeables, el temor primordial, de los herederos de Graiver, no estaba concentrado en los militares. El temor era hacia los montoneros. A los que el muerto, David, insaciablemente, también, había embocado. Merced a ese terror, a las presiones del doctor Paz, que percibí en su texto, los Graiver mantenían intenciones de acercarse a los militares. Como táctica explicable de protección. Pero vaya Clarín ahora a demostrarlo, después de la turbulencia del «cotillón» estremecedor, que se viene. De la poderosa escenografía que va a presentarse como si fuera una demostración de fuerza. Cuando es la antesala del bumeran. Una expresión de máxima fragilidad. Entonces Kirchner mañana va a ganarle escénicamente a Magnetto. Pero irreparablemente va a acompañarlo, Rocamora, en el colectivo final. Para bien, le repito, de la Argentina, que necesita, imperiosamente, que pierdan los dos.
Transcripción, Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital
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