Ernestina, Marcela y Felipe
GUERRA DE CONVALECIENTES (V): Bastardeo doble. Los Derechos Humanos y el Fútbol.
Miniseries
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
La señora Ernestina Herrera de Noble abandonó el país.
«La Piti se cruzó», confirma la Garganta («Cruzar» significa, en la jerga, desplazarse hacia Punta del Este).
El regreso es improbable. Ernestina, o sea La Piti, según nuestras fuentes, «está mal. Como ida».
Dista de encontrarse en condiciones de comparecer en una audiencia judicial. Inimaginable, entonces, es la frialdad de una indagatoria.
Trasciende que, de agravarse el cuadro judicial, los dos hijos en cuestión, Marcela y Felipe, podrían optar, en último caso, y para evitar otra detención, por esgrimir el recurso indeseable de la insanía.
Lo patéticamente grave, según nuestras fuentes, es que no se trataría de ningún pretexto judicial.
A los 85 años, la dramática actualidad de Ernestina podría inspirar al narrador menos realista. La literatura, a través de ella, está servida. Basta con transcribir, linealmente, las someras peripecias.
La muchacha de Flores evocaba aquel poema de Oliverio Girondo. En 1954 se enredó con Roberto Noble. Tenía ambiciosos 29. Podía asumir el suspenso de las triangulaciones.
Noble fue el protagonista principal de la primera parte de su historia. Consiguió casarse con Noble, extrañamente, en 1967. El hombre -debe aceptarse- venía físicamente desvencijado. Se quedó viuda en 1969.
La Garganta cuenta que la turbulencia del amor, con los arrebatos teatrales de absorciones y pasión, brotó, recién, en 1970. A los 45, cuando era la poderosa señora directora de Clarín (Advertencia: No ampliaremos).
En cambio Héctor Magnetto, aún desvencijado como aquel Noble, permanece en la Argentina.
Con fatal hidalguía, en la adversidad de la pelea, Magnetto afirma que va a quedarse en el país. «Pase lo que pase».
Aunque se le quiebre, aún más, a Magnetto, el fragilizado frente interno.
Así Kirchner y Moreno encuentren, en la primera de cambio, acaso pronto, algún juez que se atreva a esposarlo (¿igual que a Bartolomé Mitre?).
El destino dejó de ser una sospecha previsible. Sobre todo desde que fue detenido José Alfredo Martínez de Hoz. Al que el diario Clarín, paradójicamente, en nombre del desarrollismo frigerista, en «los peores años», tanto había combatido. Con la imagen tétrica de Martínez de Hoz, detenido en la camilla, fue que le advirtieron a Magnetto, con sensatez:
«Preparate, ahora Kirchner viene por vos».
Variable de ajuste
La Guerra de Convalecientes, entre Kirchner y el Grupo Clarín, ingresa en la antesala del epílogo. El tramo de las definiciones.
En la ofensiva brutal, Kirchner avasalla desde los tres frentes gravitantes de aniquilación.
Derechos Humanos, Papel Prensa y Ley de Medios. Vayamos por el primero.
El frente humanitario es el que produce el alejamiento de la señora directora. El «cruce», tácticamente temporario.
Ernestina es, como tema, la prioridad básica de los hijos. Con quienes ella conforma un bloque compacto. Indestructible.
Son los «grandulones», Marcela y Felipe. Tienen 34 años. Pero aún se los trata como si fueran «los chicos».
Ambos -Marcela y Felipe- carecen del menor interés en ser recuperados. La mediatización intensa del acoso impide, incluso, que les brote el ejercicio natural de la curiosidad.
A esta altura, puede decirse que la señora Marcela es otra divorciada poco original. Con los golpes usuales, las búsquedas y las rebeldías. Como las abundantes damas de treinta, ella viene del matrimonio trunco. Duró, en su caso, poco más de dos años. Hoy vive sola, en San Isidro, en la casa de la calle Pirovano que planifica abandonar. Tiene, según nuestras fuentes, otra «pareja». Por las tensiones del litigio, tal como se percibe en las fotografías, se cargó cuatro kilos de más. Lamenta que no pueda encarar la apreciable «vida normal». Tomar cafés con los amigos. Traficar con los atributos del perfil bajo, los que ampliamente se confunden con la idea de la libertad.
Es periodista. Publicó un libro casi inadvertido, en colaboración con la esfinge de Herrero Mitjans. Tiene a su cargo algún suplemento de Clarín.
Marcela estimula -confirman las Gargantas-, algún resquemor con Magnetto. Con la tropa dirigencial que responde a la conducción articulada de Magnetto. Desde Pagliaro, o Jorge Rendo, hasta Pablo Casey.
Porque no los cuidaron. Ni los contuvieron. Ni los tuvieron, siquiera, en cuenta.
«Fueron, durante años, los amigos íntimos del gobierno» suele reprochar Marcela. «Socios. Y cuando se pelean con el gobierno, los que perdemos, los que quedamos desprotegidos, somos mi hermano y yo».
Confirman las Gargantas que lo dice indignada. A sus interlocutores de máxima confianza. Pero «sin llorar».
Cuesta entender que ellos fueron la «variable de ajuste» de los dos bandos de la guerra.
Prendas secundarias, entre los altibajos de las relaciones del gobierno, o sea Los Kirchners, con el Grupo Clarín.
Debe descontar Marcela, aparte, que no les pertenece, genéticamente, a ninguna de las dos familias que la reclaman.
Depende del jubileo democrático del ADN, que se analiza en la Cooperativa de Datos Genéticos.
«Pero sin derecho a la contraprueba», confirman Gargantas del ámbito tribunalicio.
Probablemente también sabe Marcela que el trámite del jubileo viene, por si no bastara, demasiado lento. En «la cooperativa» se registran atrasos. Difícilmente se registre entonces alguna novedad significativa en los próximos cuarenta y cinco días.
Es probable, incluso, que surjan novedades, antes, en el otro frente simultáneo. El frente de Papel Prensa.
Que Los Kirchners, con la bolsa de Moreno, se lo carguen antes a Magnetto. Y de yapa, al asustado Mitre (tema de próximo capítulo, sólo hay que esperarlo).
Felipe suele apoyarse en Marcela. Por ser fuertemente temperamental. Por su criterio elaborado.
Casado con una abogada, Felipe, el grandulón, ya es padre. Se inicia en la responsabilidad de construir una familia, en medio de los tironeos y los reclamos de quienes lo consideran integrante de otra familia.
En el caso de ser un «nieto de desaparecidos», Felipe también carece, según nuestras fuentes, del menor interés «en que lo encuentren». Pero hoy ni siquiera puede debatirse su derecho, en la sociedad, «a no querer ser recuperado por nadie».
Cabe la posibilidad, casi inimaginable, en otra vuelta de tuerca, que «la cooperativa» genética no encuentre coincidencias sanguíneas con ninguno de los familiares de los denunciantes. Los que aguardan, con similar ansiedad, el dictamen.
De ser, Marcela o Felipe, hijos de desaparecidos, Ernestina pasaría, automáticamente, a diplomarse de «apropiadora». El riesgo delictivo legitimó la precaución del «cruce». Haberse «cruzado».
Final con premio
La prioridad del gobierno, en materia humanitaria, es promover, para el Premio Nobel de la Paz, a las Abuelas de Plaza de Mayo. Emblematizadas en la señora de Estela de Carlotto.
Es el galardón que «las abuelas» se merecen. Una lástima, en cierto modo, que sean públicamente utilizadas, hasta el manoseo, en la estrategia de otra guerra. Que contiene a los derechos humanos, también, como otra «variable de ajuste». Entre los altibajos de la relación entre Kirchner y Clarín.
Es en el marco de la postulación, que la señora de Carlotto, la infatigable luchadora, se desplazó hacia Sudáfrica. No existe vitrina más redituable que el torneo mundial de fútbol.
El objetivo oficial es instalar, hasta la exaltación, la imagen más fuerte. Consiste en asociar la reivindicación humanitaria, instrumentalmente banalizada, con la emotiva atención que genera, colectivamente, la selección argentina.
En el éxtasis de la ofensiva final, en la antesala del epílogo, Los Kirchners no vacilan en recurrir a las tentaciones del bastardeo doble. Aparte de manosear, con imperdonable grosería, la causa digna de los derechos humanos, deciden bastardear también la pasión natural que genera el fútbol. Como aquellos militares. Aunque sean, las razones, antagónicas.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
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