La estrategia de quedarse
LA COMEDIA DE TELECOM (II): Los italianos no quieren vender. Garfunkel y Moneta pasan en Roma un papelón. Elsztain quiere Telecom por mandato divino.
Miniseries
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
«Lo que no quieren, los italianos de Telecom, es vender, ¿le queda claro?».
La Garganta es categóricamente lapidaria. Indica que el ejército, redituablemente comunicacional, comandado por don Franco Bernabé -CEO de Telecom Italia-, decide apostar por la eternidad de la indefinición. Y por el desgaste irreparable del kirchnerismo, la pandemia local.
«Los italianos resisten la acusación de monopólicos», continúa. Insisten en que Telecom Italia, y Telefónica de España, son dos empresas distintas. Es entonces el ámbito de la Comisión de Defensa de la Competencia. La Comedia de Telecom desfila entre avances y retrocesos que amontonan expedientes, para algarabía de los abogados.
Mientras tanto, Kirchner suele desgastarse en el esfuerzo titánico de instalar la idea artificial de su recuperación política. Y lo consigue. Se transforma la recuperación en verdad absoluta. Sobre todo cuando los contrincantes comienzan a asustarse. A tomar en serio que Kirchner pueda perpetuarse en el poder. Patrañas.
Carecen, los italianos, de una voz local autorizada. Pero cuentan con una antología escogida de abogados. Juristas súbitamente especializados en el arte programado de la dilación. Contienen apellidos de contundencia ilustre, como Martínez de Hoz y Grondona. El objetivo de mínima está asegurado. Consiste en facilitar el paso del tiempo, sustancial para la estrategia de quedarse.
Representa la manera de imponerse sobre el aquel que se sepulta en la cuenta regresiva. Kirchner.
Los italianos, que aspiran a la permanencia, mantienen el oxígeno del optimismo. Se esmeran en la emotiva continuidad de la recaudación. Algo estimulados, acaso, por las insolventes presentaciones de compra que bastardean el negocio, y desembarcan en el Credit Suisse. Es la institución elegida para la subasta que los italianos quieren, precisamente, evitar.
El último fracaso, en Roma, lo protagonizó Matías Garfunkel Madanes. En la alianza intempestiva con el sorprendente Raúl Moneta.
Es sindicado -Moneta- como el causante de generar el alejamiento de Garfunkel Madanes, el heredero serial, del consorcio empresarial conformado por Gutiérrez-Eurnekian y Los Werthein. Consorcio calificado, por los analistas maliciosos, como el de «los inversores del comisario». Por ser los privilegiados para quedarse con la comedia del negocio. Por la mitificada cercanía preferencial con Kirchner.
El papelón de Roma
En Roma, la dupla Moneta-Garfunkel Madanes, debió superar una situación deplorablemente desagradable. Al exhibir, según nuestras fuentes, la flojedad estructural de las documentaciones. La carencia de fondos convincentes en los avales presentados.
Gargantas alarmistas aseguran que pretendieron, en Roma, retenerle el pasaporte a Moneta (hay quienes afirman que a los dos). A los afectos de obturarles el regreso a la patria. Para alojarlos en determinado hotel con más humillaciones que estrellas.
Felizmente, Moneta pudo regresar a la felicidad de sus caballos danzarines. Pero decidió encerrarse en un silencio de radio, que este texto, probablemente, puede interrumpir.
Resultó inútil el esfuerzo del Portal por obtener la versión «monetista» de la historia. El silencio intensificó otra versión igualmente graciosa. Alude al nuevo alejamiento. Del mutante Matías Garfunkel Madanes. Se aleja, ahora, de Moneta.
El heredero serial mantiene tanto dinero acumulado que puede darse el lujo de pagar por sus monumentales fallas de manejo elemental.
Las fallas del papelón de Roma le costaron, según nuestras fuentes, veinte millones de dólares. Cambio chico. Es el uno por ciento de lo que el heredero serial aún puede gastar.
Al alejarse rencorosamente de Moneta, ahora Garfunkel Madanes pretende regresar hacia la casa de aquellos que había abandonado. De Gutiérrez Conte-Eurnekián y Los W.
El periplo evoca la parábola del seductor que abandona su esposa, a los efectos de pasar un fin de semana muy público con la amante. Pero, como le va mal con la amante, después regresa vencido, con nostalgia de milanesas familiares, hacia su esposa.
Invoca Matías, para el objetivo del retorno, sentimientos de afecto moral hacia Ernesto Gutiérrez Conte.
Es -Gutiérrez Conte- el empresario amigo de Kirchner. Con lo difícil que le resulta a Kirchner hacer amigos. Es el interlocutor cotidiano que recibe sus confesiones diarias. El empresario de fuerte penetración social, el inquilino de Caras que se muestra profundamente preocupado por la ecología (Incluso cuentan que le perdonó la vida al intendente Pulti, de Mar del Plata, por un año. Ampliaremos).
Gutiérrez le abrió las puertas del sensible corazón a Matías Garfunkel Madanes. Pero le tramitó algo más importante. La apertura de la puerta crucial. La que conduce, directamente, hacia Los Kirchner. Sin percibir que Matías, en simultáneo, trataba de llegar, a los Kirchner, por su cuenta. Por otro costado, y sin avisarle.
De tan rápido, Matías alcanzó hasta a disfrutar, según nuestras fuentes, de un almuerzo con los dos Kirchner. Sin Ernesto. Al que Matías puenteó en su precipitación fervorosamente juvenil. Con la astucia del treintón adinerado que se lleva los códigos por delante. Al extremo de creer que, al ser recibido por los Kirchner, Matías, a Ernesto, ya no lo necesitaba más.
Podía arrojarlo a Gutiérrez, incluso, por la ventana de las evocaciones. Sobre todo cuando percibió que Gutiérrez, a La Elegida, le caía muy mal. Lo detestaba. Como La Elegida detesta a todo aquel que pueda influir intelectualmente en su marido. El Elegidor.
Lo importante es que Matías Garfunkel Madanes llegaba a los Kirchner. Pero por los siempre desinteresados oficios del senador Nicolás Fernández.
Sin embargo Matías creía recibir, por la mera recepción, una guiñada. La señal que esperaba. De ningún modo los inversores del comisario eran Los W. Ni siquiera Gutiérrez, ni Eurnekián.
Si arreglaba, el inversor del comisario podía ser él. Garfunkel. También ampliaremos.
Mandato divino
De Italia suelen proceder los dramáticos divertimentos de Ettore Scola. Podrían recrearse, para la cinematografía de Scola, los ímpetus unificados de los dos titanes que se necesitan.
Eduardo Elsztain. Y el senador Esteban Caselli, alias Cacho.
Hoy se encuentran, los protagonistas estelares, estimulados por el afán de obstruirle el camino a Los W.
Sobre todo porque Los W, a un místico de la magnitud de Eduardo Elsztain, no le permiten mojar la medialuna. En el tazón gigantesco de los tres mil quinientos millones de dólares anuales. Los glucolines que están en juego en La comedia de Telecom. Legitiman la decisión de los italianos de Franco Bernabé. De no abandonar jamás la fuente inagotable de los glucolines.
Pero el negocio presenta una dimensión divina, donde Elsztain, según nuestras fuentes, resulta imbatible. Es la explotación de la sabiduría milenaria. Indica que Telecom tiene que ser para Elsztain. Por misteriosos ordenamientos del árbol natural.
Se lo aseguró, a Elsztain, según nuestras fuentes, el rabino cabalístico más esclarecido y sabio.
Es aquel que, en nombre del Consejo Rabínico, le pasó a don Eduardo el vaticinio. Debió ser entendido como un mandato.
– El negocio de Telecom, Eduardo, es para usted.
Se lo habían dicho en nombre de La Kabala. En un rapto de luminosidad mística. Veredicto celestial que llegaba, por vía directa, desde la sabiduría cabalística hacia la inspiración empresarial del sujeto de referencia.
Pero semejante argumentación espiritual resultó insuficiente para persuadir a Los W. Paisanos laicos que volvían, en definitiva, a pasar al cuarto al religioso.
Como en aquel negocio de La Caja. Que pretendía también Eduardo, pero se lo quedaron Los W.
Eduardo lo reprochó. En la acritud de la discusión situada en un programado encuentro social. Contó con testigos calificados. Venerables acercadores de posiciones tensas.
– Las querés todas para vos -le habrían dicho, a Eduardo, sin misticismo, alguno de Los W.
Los que se comportaban firmemente incentivados, acaso, por la siguiente interpretación medular de Gutiérrez: «Estos vienen por una comisión. Se estrellan. Ni una moneda».
Por lo tanto, el mandato de La Kabala resultaba tristemente insuficiente para persuadir a los mercaderes del negocio de la comunicación. El que los italianos no quieren, para nada, dejar. Aunque deban dejarlo.
Eduardo percibía, con rencor, que no podía entrometerse en la comedia. Ni como extra. Para colmo, debía escuchar:
– No te metas en Telecom que es nuestro negocio. Así como nosotros no nos metemos en los tuyos.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
Continuará
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