Noche de Cobos
Derrota merecida de Kirchner.
Artículos Nacionales
escribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital
De pronto Cobos, el Cleto, sabe simular la formidable capacidad para el manejo escénico. El mendocino es portador de magistral control del suspenso. Como si el vicepresidente fuera un actor, pero dirigido a la distancia por Alfred Hitchcock.
Cobos supo, como si disfrutara del momento, demorar la definición. Utilizó comparaciones convincentes, apenas, por la espesura de su tonalidad. Sin embargo, el país entero no se encontraba pendiente del discurso. Aguardaba el peso de su decisión.
En su pausalidad exasperante, Cobos tuvo tiempo, incluso, hasta para permitirse el penúltimo gesto de grandeza consensual. Sugerir, sin suerte, un cuarto intermedio.
Era la noche de Cobos. Con la astucia de la ausencia, ya había evitado la presión oral del senador Sanz. Su antiguo correligionario, y coprovinciano, pretendía sensibilizarlo. Con las evocaciones paradisíacas de Tunuyán.
Desde hacía varios discursos se sabía que el vicepresidente Cobos tendría que desempatar. Para ser exactos, desde que lo dijo Rodríguez Saa. 36 a 36.
La factura
Aparte de las palabras de Sanz, debió Cobos padecer, aunque en cuerpo presente, la amarga expresividad del senador Pichetto.
Conste que Pichetto, a pesar de sus fuertes limitaciones, se comportó como un verdadero jefe.
El líder -Pichetto- de la bancada oficialista, reflejaba, en su perceptible desesperación, el fracaso, políticamente vaticinado, del kirchnerismo.
«¿Qué pasó en seis meses para que se cambie tanto?», se lamentaba Pichetto, en el recinto.
Ponía el corazón (desgarrado) en cada palabra. Transmitía el sentimiento colmado de reproches.
«¿Adónde había quedado la Concertación, señor Presidente?».
O sea, Pichetto preguntaba por el acuerdo con los radicales. Del que, precisamente, había sido, en Río Negro, una de las víctimas principales. Lo confesó, en la vibrante alocución que anticipaba la contundencia de la derrota más innecesaria.
Por lo tanto, mientras sostenía, ardorosamente, las posiciones del gobierno, Pichetto, como si se excediera en materia de lealtad, le pasaba, a Kirchner, la factura política.
Presidente del PJ
El kirchnerismo sufrió, hoy, en el Senado, la tensa derrota que se merecía.
Trátase de la derrota que elaboraba, pacientemente, desde que Néstor Kirchner, después de la transferencia conyugal, se lanzó a la aventura de gobernar, la Argentina, desde la conducción impune del Partido Justicialista. Desde que se pasó de rosca y confundió, escandalosamente, los roles. Desde que la patología, en fin, se impuso a la racionalidad política. Hasta naufragar en los arrebatos denunciativos de «comandos civiles», de «grupos de tareas». Pobre muchacho.
Sorprende confirmar que Kirchner, en su condición de conductor del PJ, resultó infinitamente más nocivo que como presidente de la república.
En general, en la Argentina, quien se hace cargo del peronismo tiene que hacerse cargo del país. Pero curiosamente a Kirchner, con el país, hasta que lo transfirió, le había ido bastante bien.
Hay que coincidir que, como dirigente máximo del peronismo, Kirchner fue un desastre. Con consecuencias doblemente destructoras.
Porque llevó al peronismo hacia el colapso.
Y al gobierno de La Elegida, hacia el callejón más incierto.
Hostigamiento moral
Por los efectos residuales de una errónea Resolución Administrativa, Kirchner arrastró, al gobierno de su esposa, hasta el absurdo de la confrontación más límite. La sometió, con inconcebible torpeza, a la cultura del amontonamiento. Forzó inadmisibles sobreactuaciones de lealtad, hasta aplastar el prestigio de sus aliados. Y generó, en su ceguera, las dramatizaciones legendarias. Por cuestiones menores de asientos contables.
Por ejemplo, el interior contra el centralismo. Aunque se tratara del centralismo eufóricamente detestado, ante todo, por los capitalinos.
Gran pregunta: ¿Por qué Kirchner arruinó, con tanto hostigamiento moral, el gobierno de La Elegida?
La respuesta queda, en adelante, para los periodistas deportivos de la historia.
Hoy puede comprobarse que Kirchner, meritoriamente, transformó en un caos, aquella administración que se presentaba como un reconfortante paseo. A través de la intolerable gestación de imposturas y simulacros. Con convocatorias vanas hacia las multitudes, para defenderla.
Cuando de quien debían defenderla, a La Elegida, era de él. De Kirchner.
Epílogo de estas líneas precipitadas, escritas en la madrugada del jueves memorable.
Como frase, «la historia me juzgará», enunciada por Cobos, ya ingresa a la historia de la institución que venía desprestigiada. Pero por falta de uso.
El Parlamento argentino exhibe, como dato positivo, la potencia fundacional de su utilidad.
En la noche de Cobos, por último, desfiló también el deseo amable de acompañar a La Elegida. Hasta el 2011.
Un anhelo dignamente elogiable. Para constar en actas. Provisto de saludables vestigios de voluntarismo.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsísDigital
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