Interferencias
Las interferencias entre Kirchner y Magnetto ocultan el acercamiento entre Magnetto y Moyano.
Cartas al Tío Plinio
Tío Plinio querido,
Aunque están maltrechos, perceptiblemente escorados, los tres poderosos aún son Kirchner, Magnetto y Moyano. En ese orden.
El poder político que maneja los prioritarios resortes económicos. Kirchner. El poder de la comunicación, que administra, a discreción, la imagen del conjunto y de cada uno. Magnetto. El poder sindical que puede signar la actividad o la parálisis. Moyano.
Para los que se suponen informados, hoy se asiste a los tramos finales de la alianza entre Kirchner y Moyano. En contra de Magnetto.
Sin embargo se registra, según nuestras fuentes, un cambio sustancial que modifica la placidez del esquema. Un acuerdo de entendimiento entre Moyano y Magnetto. Si aún no se suscribió, tal vez está, tío Plinio querido, por suscribirse. Ocurre que la comunicación y el sindicalismo hoy presentan vigencias más intensamente estables. La legitimidad de Kirchner es, en cambio, transitoria. Y en declinación.
Tanto los sindicalistas, como los sobrevivientes del negocio de la comunicación, saben percibir, envidiablemente, el olor a muerto. El perfume intransferible de las calas.
Intercambiables
Entre el 2003 y el 2007, en la Argentina se asistió a la alianza, consagratoriamente funcional, entre Kirchner y Magnetto. De conveniencia, tío Plinio querido, rigurosamente explícita. Sin que se registren, durante el romance, mayores interferencias.
Una armonización admirable. Un Bolero de Ravel que le facilitó, a Kirchner, la conquista de la hegemonía política. A través del beneficio recíproco que producía la dosificación informativa.
Kirchner y Magnetto, juntitos como Thompson y Williams.
Explotaban la selectividad en «materia del relato» que se le presentaba a la sociedad. Como le encanta intelectualizar a La Elegida. Mientras acomoda los micrófonos, con fondo verde vegetal, a los efectos de cautivar a la carne de aplauso que suele amontonarse en Olivos.
Para la programación inalterable de su eternidad, Kirchner debía garantizarse la docilidad mediática.
Supimos definirla, ya en el 2004, como «el complemento de la complacencia cómplice». De los grandes medios de comunicación. Un eufemismo para no identificar a Clarín.
Con apetecibles zanahorias, Kirchner solía cautivarlo a Magnetto. Cuando Magnetto estaba saludablemente entero. En la conducción, como hoy, del Grupo Clarín. El emporio que se alejaba vocacionalmente de la responsabilidad periodística. Para no obstaculizar al gobierno que lo favorecía. Con ninguna interferencia informativa. Porque Clarín se aferraba, en exclusiva, a la dinámica del crecimiento empresarial. Al que Kirchner contribuía, aún sin interferir.
Hasta el 2007 Kirchner supo asegurarse la falta total de interferencias. Ausencias que le permitieron imponerse. Hasta desprenderse, incluso, de Duhalde, el máximo benefactor de Clarín.
A propósito, Duhalde aguarda aún la elevación del Monumento al Gran Bañero. A erigirse, según nuestras fuentes, en una plazoleta enrejada, de Piedras y Caseros. Para que se fotografíen los turistas, como si fuera la Place de la Füstenberg.
Rupturas
La ruptura de la alianza Kirchner-Magnetto es, tío Plinio querido, el origen de las interferencias que nublan la beligerancia de la actualidad.
El agotamiento de un modelo de relación que, en realidad, no daba para más.
Indulgencia informativa contra la aprobación extorsiva de diversas reivindicaciones. Obturación de competencias foráneas. Españoles abstenerse.
Menos aún daba, la relación agotada, para atenuar la reconocida insaciabilidad de Kirchner. Un hipersensible que supo desbordarse con la portada de un domingo, justamente en contra del juego, en un artículo amparado por los temibles adversarios de sotana.
Para hacerla corta, Kirchner tomó la portada, de aquel domingo, tío Plinio querido, como una provocación.
En cambio Rendo, hombre de punta de Clarín, lo tomó como otra «rabieta del Presi». De las tantas, que pronto se le pasaban. Al Presi, como lo llamaban en el Cuarto Piso, con un afecto que evocaba, casi, el cariño.
Sin embargo, ante la fragilidad física de Magnetto, Kirchner decidía comerse, también, el bocado de Clarín. Como si se tratara de otra empresa privatizada, de los noventa. Para estatizarla. Pero el Estado ya era El.
La ruptura mantuvo la candidez expresiva de un emblema. La primera interferencia fue aquel cartelito enarbolado por Moyano. «Clarín Miente». Anticipatorio de las interferencias planificadas, próximamente, para los camiones de distribución del diario.
El cartelito fue copiado, contagiosamente, por Kirchner. Los multiplicó en los cartelitos revolucionarios de La Cámpora, cascarita de la vieja jotapé. En la cruzada, de pronto, a destrucción. A los efectos que Clarín, con interferencias informativas, no lo destruyera.
En realidad, Clarín no hacía falta para destruirlo. Porque Kirchner, en su desborde, se destruía, impacientemente, solo. Profundizaba la aniquilación del segundo gobierno. Con el mascarón de La Elegida, devaluada al rol de Locutora.
La Ley
En la Argentina kirchnerista suele recurrirse a la ley sólo cuando fallan, tío Plinio querido, los recursos bartoleros, pero funcionales, del alambrecito. El culto de la improvisación. Plagado de anunciaciones inútiles, que se desvanecen entre los aplausos del olvido.
La agudización del conflicto Kirchner-Magnetto origina una nueva Ley. Necesaria. De Radiodifusión. Pero la necesidad se banaliza, infortunadamente, por la confrontación de Kirchner contra Magnetto.
Así como aquella Ley Cultural, originaria del Monumento a Duhalde, pasó a la historia como la Ley Clarín, esta Ley de Radiodifusión, la que orienta Kirchner y presenta Mariotto, está condenada a interpretarse, en la cercana posteridad, como la Ley Anti-Clarín.
Es en el contexto beligerante donde deben interpretarse las interferencias extrañas. Las que procederían, según nuestras fuentes, del Gran Buenos Aires. Se lo mantendrá informado.
Son interferencias poderosamente técnicas, destinadas a obturar las ondas de las emisoras televisivas, como radiales, del Grupo.
Interferencias, en cierto modo, tío Plinio querido, preventivas. Para que el Grupo Clarín no insista con las interferencias peligrosamente informativas. Las que tienden, según nuestra información, a la destrucción sistemática de las figuras emblemáticas. Asociadas, en el presupuesto imaginario, a Kirchner. Relea «Cobos y Clarín», el texto de Osiris.
Desde la marginalidad del Rudy Ulloa, hasta proyecciones estratégicas más inquietantes.
Como las de Electroingeniería, empresa conquistada, para la gloria, por el Portal.
A propósito, Electroingeniería, la dueña de Radio Del Plata, perfectamente puede tomar como una interferencia lícita la contratación, para Radio Mitre, del expresivo Nelson Castro. Un gran recaudador de solidaridades que suele alucinar a La Otilia, que es querendona y fatal. Dice, vaya a entenderla, que Castro «le abre los poros».
O las proyecciones de Cristóbal López. El empresario del juego que pretende reinventarse como petrolero. Y se esmera tardíamente en convencer, desde cierta cava protegida, a sus interlocutores, que existía, como empresario, antes de Kirchner.
El incendio
En un esquema de conflicto, las interferencias nunca asombran. Persisten en la vaguedad de las sospechas.
Así se trate, incluso, del incendio de la quinta de Luján, de la señora Laura Ernestina, la directora de Clarín. Nos lo señala un miembro anónimo del Club de Amigos del JorgeAsísDigital, membresía de Luján.
Cuenta el asociado que el incendio de la quinta de Luján, Las Glicinas, ocurrió después del sugestivo acto del Teatro Argentino. Cuando se lanzó, con el elenco estable de aplaudidores, la Ley Anti-Clarín.
Pero conviene adherir a la idea del cortocircuito en la parte alta. Resulta infinitamente más elegante que profundizar la sospecha del incendio intencional.
Debe entonces atenderse, tío Plinio querido, para terminar la misiva, la ceremonia del acuerdo entre Magnetto y Moyano. También se lo mantendrá informado. Aunque seguramente negarán el entendimiento.
Tanto Rendo, adalid de Magnetto (junto a Casey, el contenedor del «primito»).
Como Recalde, el puntal jurídico de Moyano (contenedor del incontenible Pablito).
Semejante acercamiento puede transformarse en la máxima interferencia.
Podría desbordar, justamente, al tercer polo de poder. Al más transitorio. El más débil de esta historia. El menos permanente. Porque mantiene un poder a plazo elementalmente fijo. Cancelable.
Es Kirchner quien huele, tristemente, a calas.
Dígale a tía Edelma que ayer, 26 de marzo, con la Luna Nueva, según Victoria arranca el nuevo ciclo de creaciones. Dura hasta el 14 de abril del 2010. Dígale que lo aprovechen, tía Edelma y la Otilia, para crear el Paraíso en la Tierra. Es posible. Está cercano. El caos, esta vez, siempre según Victoria, nos favorece.
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